Después de reconciliarme con el piso, y de aprender a mantenerlo ordenado y limpio, sin necesidad de hacer venir a una asistenta, me empiezo a entender con mi cuerpo. Aprovecho el confinamiento para dejarlo descansar. Lo escucho, lo mimo, lo trato mejor y todo que a mi novia —que hace un mes que no veo pero que siempre tengo presente en mis oraciones y, naturalmente, en mis sueños más húmedos. 

Con los años he aprendido que el cuerpo es muy señor y que no coopera, cuando lo fuerzas. Cada vez que me he sentido atrapado en una situación y he mirado de salir adelante sin tenerlo en cuenta, ha encontrado algún motivo para colapsarse. Si lo pienso, no he pasado nunca ningún puente estrecho, sin que el cuerpo no me haya tenido que parar los pies para obligarme a pensar desde una perspectiva más inteligente y creativa. 

El cuerpo me ha ayudado a avanzar sin estropearme, en este país de piratas y de cantos de sirena. A pesar de que es un maestro duro, protege mi zarpa de león de la educación que he recibido de animal de granja pensado para trabajar como una mula y acabar en la cazuela. Siempre que el miedo de herir a las personas que quiero me ha hecho caer en autoengaños, me ha despertado los recursos de la intuición que necesitaba para poder romper las normas sin pillarme los dedos demasiado.

Es peligroso ignorar la naturaleza salvaje del cuerpo. Poca gente entiende que el cuerpo te puede matar intentando salvar tu alma —supongo que porque la mayoría de personas tienen una vida interior poco desarrollada. Cuando la sensibilidad del cuerpo entra en contacto con los repliegues de la memoria, el juego se convierte en la expresión más natural del espíritu, y el cerebro se abre al mundo misterioso del corazón, de esto que algunos gurús denominan ahora la biointeligencia. 

En las consultas de los médicos se ve mejor que en ninguna parte que China gana a los Estados Unidos porque Occidente todavía no ha superado el siglo XX. Todavía no tenemos el lenguaje preparado para hablar del movimiento sin reducirlo al universo del músculo y la polea. Miramos el cuerpo como si fuera una máquina, lo dividimos por piezas, como haríamos con un tanque, a pesar de que nosotros mismos hemos creado en internet un mundo fluido, que funciona como un río o como un bosque, más que como una fábrica. 

Todo esto puede parecer abstracto pero no explicaré mi vida si no es en una novela. La gente se cree que canto porque quiero ser como Julio Iglesias, pero cantar me pone en comunión con una sabiduría corporal que me ayuda a situarme en el centro de mi vida y a una distancia mágica del mundo. Quizás algún día explicaré cómo los esfuerzos que he hecho para adaptarme a los miedos y autoengaños de mi entorno, sin perder el hilo de mí mismo, han convertido mi pelvis en un campo de batalla inmenso pero también en una fuente de información preciosa.