Estos días, cuando friego el piso o lucho por no tocarme la cara, pienso a menudo en las películas de Rocky. Las vi de un tirón a finales del verano del 2018, poco antes de abrir el blog de suscripción. Recuerdo que envié el texto de presentación a un familiar muy rico y muy simpático, y que me respondió que era una lástima que viera el futuro tan negro escribiendo tan bien. 

Lo que me interesa de la saga de Rocky no es la épica de los bíceps, sino la forma como cuenta la relación entre los grandes combates y la vida cotidiana del boxeador. Stallone siempre da vueltas a la misma idea. De una manera u otra siempre te cuenta que las victorias y las derrotas más sonadas no tan solo se forjan mucho antes de subir al ring sino que, además, se cuecen fuera de los gimnasios y los entrenamientos, en los rincones íntimos de la vida.

Los éxitos de Rocky no vienen de la musculatura, ni de su cerebro aparentemente unineuronal, sino de la manera que tiene de estar en el mundo. Sin la atención que pone en cada cosa, sin el cuidado genuino que tiene en las situaciones más banales —y a menudo sórdidas— de su vida, al final no encontraría la fuerza interior que le permite tumbar a sus adversarios. Para Rocky no hay momentos más importantes que otros, este es el secreto de sus remontadas.

Puede parecer un consuelo de pobres, ahora que nos mustiamos encerrados en casa. Pero cuando consigues vivir cada instante por él mismo, el cerebro se vacía de ruido, el cuerpo responde de forma más precisa, y las cosas que has aprendido a base de esfuerzo y de repetición te salen mejor de lo que pensabas cuando la vida te pone a prueba. Todo aquello que hacemos, al final suma a favor o en contra nuestro, es lo que le enseña el profesor Miyagi al niñato de Karate Kid cuando le hace lavar sus coches, para poner otro ejemplo.

El confinamiento nos puede dar la sensación que vivimos una especie de paréntesis absurdo o de compás de espera, pero la verdad es que nuestra vida continúa y que no hay épocas menores. Ahora que nadie nos ve, o que nos ve muy poca gente, es fácil caer en la tentación de buscar excusas o formas fáciles de evasión, de perder las pequeñas oportunidades que la vida nos da para entrenarnos, mientras pensamos que podríamos estar haciendo cosas más brillantes o productivas.

Igual que Rocky, yo miro de mantenerme en forma cada día, ni que sea con una escoba, y no sufro mucho por lo que pasará. Como que no sé hacia dónde irá la vida, ni de dónde vendrá el próximo golpe, intento estar atento, hacer de la necesidad virtud, y recordar que mi pasado y mi futuro se juegan aquí y ahora. Nunca había vivido una época tan buena para aprender que la base de la felicidad y el éxito es la resistencia al tedio.