Me interesó mucho el artículo que Enric Juliana publicó hace unos días sobre la Commonwealth del Mediterráneo y me ha vuelto a interesar el que publicó ayer sobre "El espíritu de los tiempos". Desde hace unos meses, observo que el cinismo complacido que rezumaban sus artículos se ha ido enmustiando en un grito ahogado de desesperación cada vez más descarnado y crudo.

Aquel sentimiento de impunidad paternalista que hacía sentir tan inteligentes a sus lectores se va desintegrando ante un miedo que todavía no tiene forma, y el estilo sufre las consecuencias. Juliana siempre me ha ido bien para tomar la temperatura a las clases dirigentes de Barcelona y me llama la atención ver que escribe como un hombre que mira de alargar la noche cuando ya hace rato que han cerrado las discotecas.

Poco a poco, los supervivientes del procés se darán cuenta de que no pueden rematar el trabajo del artículo 155 y que las facturas que han cobrado por adelantado de los españoles se les van girando en contra. La inquietud que han provocado los militarotes del manifiesto, no viene del miedo que da el ejército franquista, sino del miedo que da la fuerza de la historia y el famoso proceso de residualización que Jordi Pujol anunció antes de hacer el numerito de la deja.

A diferencia de 1939, esta vez las fiestas más interesantes de la posguerra no se celebrarán en Barcelona, sino en Madrid. La burguesía que domina Catalunya ha preferido adoptar los valores españoles que aceptar que el independentismo era el producto más moderno y genuino del mundo que había creado. Ningún país, ni ningún sistema de poder, sobrevive al impulso de la historia sin ser fiel al sistema de valores que lo ha puesto en los mapas.

Al final, o bien Catalunya aprenderá a defender su libertad o bien quedará en manos de una nueva élite española, que sustituirá al indígena que ahora controla el país

La Catalunya oficial ha adoptado los valores de la aristocracia española y cada vez tendrá menos margen para sobrevivir al proceso de sustitución que puso en marcha el presidente Aznar a finales del siglo XX. La aristocracia inglesa supo aliarse con la burguesía a tiempo, antes de que la revolución científica empezara a cortar cabezas. Ahora se ha aliado con su pueblo para sobrevivir a la globalización liderada por el capitalismo faraónico de la China.

En Catalunya casi todo el mundo que se cree alguien intenta vivir de fórmulas gastadas como si fuera el conde de Godó. El aire de refrito y de resaca que tienen los diarios es la manifestación más tierna de un mundo que ha perdido el norte y que todavía se piensa que podrá vender su país para salvar a la familia. Da risa que Juliana hable de nazis en la plaza Sant Jaume mientras intenta desinfectar de catalanidad la herencia medieval, para colocarla a los chicos de la Meseta.

Etnificar el conflicto catalán para poder hacer igual que Franco y decir “españoles todos” con voz de flautín africano ya no servirá de nada. Sin violencia sistemática, incluso el dinero más sucio de sangre acabará eligiendo la inteligencia y la belleza, a la larga. Si los catalanes tienen paciencia, y no se dejan embaucar por las sombras chinas que emite el régimen de Vichy, tendrán otra oportunidad de cambiar el curso de la historia. 

Al final, o bien Catalunya aprenderá a defender su libertad o bien quedará en manos de una nueva élite española, que sustituirá al indígena que ahora controla el país. En los dos casos, el puente aéreo tiene mala pieza. Primero porque Madrid ya no necesita Barcelona para convertirse en una gran ciudad global. Y segundo, porque el país solo sobrevivirá si sabe recuperar los valores que sus clases dirigentes han pervertido y abandonado a base de despreciar al pueblo para evitar meterse en problemas.