El nuevo franquismo consistirá en volver a dejar a los catalanes huérfanos de políticos. Como que ahora la política no se puede eliminar, basta con convertirla en un lodazal incapaz de articular el país alrededor de un debate de ideas mínimamente libres y actualizadas. Basta con que los catalanes tengan que elegir entre vivir de espaldas a los políticos u olvidar los últimos 40 años abrazando discursos recalentados y momias repintadas. 

Las defensas del país son débiles. Primàries y el FNC me recuerdan a un artículo que Josep Pla escribió durante la Guerra Civil en el Heraldo de Aragón, donde se hacía eco de las conspiraciones que corrían por Barcelona para liberar la Generalitat de los anarquistas. Cada día, decía Pla, algunos patriotas de buena fe dicen que mañana los catalanes cogerán las armas y se sublevarán contra los energúmenos que se han apoderado del país. 

Pla había vivido en el exilio. Había visto como Macià prefería montar una insurrección estética, que podía haber acabado con una carnicería estéril, que no atentar contra Alfonso XIII. Sabía que los escrúpulos morales de Macià ―y más tarde de Companys, durante el 6 de octubre― eran la otra cara de la moneda de la burguesía que había preferido pulirse el dinero con putas y cocaína antes que arriesgarse a tener problemas con España. 

La política es un reflejo de la cultura y Pla sabía que la cultura promovida por el catalanismo no había preparado al país para defenderse en una guerra. La situación de ahora se parece en la medida que la cultura autonómica no está diseñada para que los catalanes piensen más allá del gueto. No sirve para sostener un enfrentamiento político con España, ni para proteger al país de las modas y la propaganda internacional que cada época genera en función de las tensiones geopoliticas. 

La cultura autonómica sirve para que Antoni Puigverd retuerza la historia hasta hacerle salir el bigote de Pasqual Maragall a Martín el Humano y a Carlos V. O para que Vicenç Partal viaje hasta California para entrevistar a Fukuyama sobre un libro que ya tiene dos años de antiguo, total para reforzar los prejuicios instaurados en Catalunya por el franquismo, que tan útiles le han sido a la sociovergència. La cultura del país sirve para hacer pasar gato por liebre, como hicieron los políticos del procés. 

Las próximas elecciones tendrían que servir para cerrar el círculo iniciado con la falsa declaración de independencia. Por eso Puigdemont intenta hacer ver que ahora sí que va en serio, a ver si vuelve a engañar a una porción suficiente de catalanes como para ganarse la posibilidad de volver a España sin pasar por la prisión. Por eso el FNC es un colador de protoconvergentes y las pescaderas que corren por Primàries se preocupan más por los votos que no tendrán que por los políticos que tendrían que surgir de sus filas.

El desierto esta vez no lo tienen que crear las pistolas anarquistas y los tanques españoles sino la estupidez de los catalanes, solidificada por tantos siglos de incultura, convenientemente atizada y dirigida. Supongo que todavía pagamos la posguerra del 1939. Pero es difícil que salgan políticos de verdad de una tradición marcada por la censura, la banalidad y el sobreentendido. Mientras tanto, en todas partes van viendo que la democracia acaba siendo muy poca cosa si no sirve para proteger y modernizar la identidad de tu país.