Después del desbarajuste escenográfico, casi de película, que provocó el bichito amarillo de Wuhan, ahora vendrá una involución silenciosa más íntima, y más difícil de percibir. La pandemia ha servido para aplacar el clima de revuelta que se había extendido entre las clases medias de Europa y de los Estados Unidos. Trump ha perdido y todo parece que se empieza a resolver como por arte de magia. 

Este domingo bajé a la calle y, mientras disfrutaba discretamente del placer de ver a mi hermana, observaba el gentío que hacía el vermut. Las mismas personas que hace unos años se encontraban para organizar referéndums y manifestaciones, ahora se van a encontrar para comer olivas. El nuevo pilar del mundo occidental me da la impresión que será, por una buena temporada, el negocio del olvido y la anestesia.

Ahora es cuando el hombre común hará lo que haga falta para hacer ver que él también ha ganado la Champions. En los Estados Unidos, se han disparado las reservas de hoteles de cara al verano. Aquí ya se ve el entusiasmo artificial que despierta el Barça. En 1940, Franco quiso dar categoría artística al toreo; ahora miramos de hacer pasar por deportistas de élite a unas chicas que imitan a los hombres incluso en los gestos más bajos. 

La pandemia ha dado excusas a todo el mundo para cortar los vínculos con los sueños del pasado y el único proyecto colectivo que queda es la sustitución de las cosas que hemos aprendido por el cinismo y la nostalgia

Como pasa en las épocas de liquidación, el desconcierto devaluará los valores y las jerarquías. La angustia es una freidora de cerebros, y la mayoría de la gente va a hipotecar su futuro para que le digan que la quieren y para hacer ver que se puede volver atrás. Viene una época fantástica para los especuladores de la desilusión global. La pandemia ha dado excusas a todo el mundo para cortar los vínculos con los sueños del pasado y el único proyecto colectivo que queda es la sustitución de las cosas que hemos aprendido por el cinismo y la nostalgia. 

Ahora que se retira la marea, todo el mundo intentará cobrarse las rendiciones al precio que sea, para taparse las vergüenzas con harapos. El mismo gregarismo que tenía que servir para hermanar a los hombres, servirá para financiar los expolios del futuro y para aumentar la capacidad extractiva de las élites. Los caraduras que nos decían que los pobres no comen banderas intentarán servirnos el pienso más burdo como si fuera el almuerzo de María Antonieta.

No sé si la pandemia se ha terminado, ni si los daneses van a querer pagar mi pensión el día que me jubile. Las dos cosas me parecerían más o menos igual de extrañas. De lo que estoy seguro es de que la impaciencia arruinará muchos bolsillos y de que pasarán unos años antes de que el talento vuelva a encontrar caminos para socializarse y para tocar la fibra sensible de los hombres.

La segunda parte de la pandemia va a ser más divertida, pero más engañosa que la primera. Sin historias ni horizontes colectivos, los jóvenes serán presa fácil de los tiburones y de los cantos de sirena. Solo los más inteligentes y más tenaces sabrán distinguir entre la vida y los caballitos amortizados en las verbenas y las fiestas mayores.