La cosa que hace peligrar más el catalán es que la política esté en manos de líderes de piscifactoría que no se han puesto nunca a prueba fuera de la burbuja vigilada por los partidos. Basta con leer La Vanguardia y El País, o el Diari de Girona, para entender que Pablo Casado trabaja en el mismo negocio piramidal que Salvador Illa. Los líderes del PP y del PSC tienen en común una cosa mucho más importante que España, tienen en común un currículum hinchado, que parece hecho a la medida del desprestigio del rey Felipe.

Casado utiliza el catalán para ayudar a restablecer la centralidad del PSC y, de paso, da un poco de épica resistencialista a los partidos de la colonia. Illa ganó las elecciones, pero todavía está demasiado ligado a la represión del 1 de octubre. El poder necesita atribuirse algún misterio, traficar con algo que no sea puramente la violencia. El catalán siempre ha sido la última justificación del régimen del 78 y del autonomismo, y el Rey todavía no se ha rehecho de su discurso contra Catalunya.

El president Aragonès no necesita hinchar el currículum porque el negocio de ERC es el victimismo, pero también tiene que hacerse útil para conservar el lugar. Con el catalán, todo el mundo se puede lucir de balde. Incluso Jordi Graupera ha podido encontrar suficiente margen para emocionar a la parroquia convergente pidiendo que las cosas se digan por su nombre sin tener que predicar con el ejemplo. Solo diré que, gracias a Casado, la voz que tenía en RAC1 ahora la ocupa Pablo Iglesias.

El sistema hurga en las heridas del pasado no tanto para manipular al público como para darle excusas y temas de conversación. El catalán no despierta el odio furibundo de antaño, pero las élites de Madrid y Barcelona no tienen nada más para distraer los electores y mantenerlos reunidos alrededor de la pereza y la estulticia

Desde que Vicent Sanchis llevó a VOX a TV3 vivimos en una especie de Matrix de andar por casa. El sistema hurga en las heridas del pasado no tanto para manipular al público como para darle excusas y temas de conversación. El catalán no despierta el odio furibundo de antaño, pero las élites de Madrid y Barcelona no tienen nada más para distraer a los electores y mantenerlos reunidos alrededor de la pereza y la estulticia. El objetivo es llenar de banalidad el vacío que ha dejado la democracia y que los catalanes sufran por su lengua un poco como antes, en tiempos de Franco, sufrían por el Barça.

El PSC ha roto con el consenso de la inmersión, igual que después del golpe de Estado de Tejero votó a favor de la LOAPA. Entonces ya pasó que muchos criptoindependentistas se entregaron a las izquierdas de Madrid a cambio de poder mojar en las mentiras españolas; por eso la unidad del PSC y el prestigio del Rey se deshicieron como un azucarillo cuando CiU abrazó el procés. Ahora Madrid no tiene tanto para repartir, pero las universidades del país están más llenas de desesperados y se espera menos de la política.

De momento, la persecución del catalán solo es un espectáculo, un elemento folclórico, como las corridas de toros o las imágenes de pateras y de niños ahogados en las playas de Europa. Sirve para chantajear emocionalmente a los ciudadanos y para que las tertulias tengan algún tema de conversación. Sirve para que todos los partidos encuentren su lugar en el régimen del 78 sin que los jueces españoles tengan que prohibirlos o que el Rey cometa errores de cálculo como los de Alfonso XIII.

Supongo que la idea es debilitar lo bastante el país, mirar de plantear una reforma de la Constitución que devuelva el prestigio al Rey sin que ningún político catalán pueda convertir el referéndum en un plebiscito por la independencia. Si la salud del catalán resiste esta presión, a la larga la estrategia de Madrid alimentará partidos como VOX, que no necesitan hinchar currículums para justificarse. Entonces se verá que la diferencia más importante entre Franco y el Rey es que el Rey sí que se mete en política.

Esto es exactamente lo que el presidente Aznar, el viejo Cromwell español, ha soñado siempre.