Durante años, el periodista de referencia para los asuntos de Barcelona y de Madrid fue Enric Juliana. A pesar de que a menudo se complicaba para complacer las manías de su editor, Juliana no hacía perder el tiempo. Sus artículos te ayudaban a descifrar la guerra de gestos y palabras que sostienen el poder. Eran como la nota del diapasón que haces sonar para afinar la guitarra antes de ponerte a cantar, o como una brújula de poca monta que te permite atravesar el bosque cuando todo conspira para que acabes andando en círculos. 

Parecía que Juliana sobreviviría al 1 de octubre, pero los pocos pilares del mundo autonómico que habían quedado de pie se derrumbaron cuando Quim Torra fue investido con el permiso de Pedro Sánchez. Recuerdo que Salvador Sostres comparó el vacío funerario de Torra con una lechuga decrépita y ennegrecida olvidada en el fondo de una nevera cochambrosa y desierta. Cuando vi que Juliana cogía la pobre lechuga desangelada y miraba de resucitar, a través de ella, la dialéctica pujolista, me di cuenta de que era todo un mundo en peso, el que moría.

Ahora, para adivinar qué se traen entre manos en Barcelona y en Madrid, tiendo a leer más a Sostres en el Diari de Girona. Supongo que los restos de los artículos que escribió en la sección de entretenimientos del Avui, tarde o temprano acabarán siendo incluidas en el repertorio versallesco y recalentado de La Vanguardia. Es la impresión que saco, cuando sigo los arabescos que sus columnas hacen para adaptar la épica barcelonesa de la España del 78 a las lógicas de estancamiento que nos han conquistado.

Tengo curiosidad para ver hasta dónde nos llevará el proceso de reconcentración de la autoridad y de intensificación de la endogamia que la independencia tenía que frenar

Si Pere Aragonès ha importado a ERC el discurso de Duran i Lleida, no veo por qué La Vanguardia no tendría que intentar reciclar el Avui de hace 20 años a través de las chatarras del procés. El subproducto que Sostres elaboró a partir de los artículos que había escrito en catalán se vendió bien, en Madrid, cuando la historia nos favorecía y la independencia parecía al alcance. Las sobras de las sobras tendrían que ser suficientes para imponerse en un país vencido, sin esperanza. 

A través de los artículos gerundenses de Sostres es fácil ver hasta qué punto la clase dirigente se ha vuelto débil, y ha perdido el capital humano, en Catalunya. Solo hay que mirar China, America o Rusia para entender que el pánico que las momias del país han esparcido por miedo a perder su estatus tambaleante no es un fenómeno único. En muchos lugares del mundo, el poder tiene la palidez de un vampiro solitario y arrugado que se mustia en un castillo sin muebles ni recuerdos, húmedo y lleno de hongos como la lechuga de la nevera de Quim Torra. 

Tengo curiosidad para ver hasta dónde nos llevará el proceso de reconcentración de la autoridad y de intensificación de la endogamia que la independencia tenía que frenar. La vida del país ha tomado un aire de motel de carretera que da grima, pero mi sentido de la supervivencia se despierta cuando pienso en que cada vez queda menos margen para hacer algo bueno con los métodos de antes. El veneno del poder cada vez contaminará más la sangre y los vampiros cada vez tendrán que engañar a un número más exagerado de vírgenes frívolas y absurdas para poder reanimarse y sostenerse.

Los próximos años todo tenderá a tirarnos para abajo. Veremos escenas de pánico, barcas volcadas y mucha gente que se había despreciado hasta extremos indecibles cogiéndose la una a la otra para flotar o para hacerse compañía. Solo los espíritus más creativos entenderán que naufragar no necesariamente quiere decir ahogarse. Y solo los más tenaces y los más afortunados encontrarán una manera de evitar que la inmensa fuerza gravitatoria del mundo que se va los arrastre como si fueran un detritus más, contra su voluntad de hierro.