Europa tendría que procurar no caer en la tentación fácil de intentar resolver sus problemas políticos y sentimentales a través de Ucrania. A pesar de que nos duela, los rusos tienen la guerra ganada y si no la terminan más deprisa es porque, en el fondo, también tienen sus límites y su agenda. La suerte de los ucranianos hace tiempo que fue sellada por sus propios dirigentes, y por los intereses americanos, que forzaron a Kyiv a ceder las armas nucleares a Rusia a cambio de promesas vagas.

En una situación difícil, Moscú siempre puede disparar un par de misiles nucleares de segundo rango y acabar la guerra en seco. Todo el mundo se horrorizará y todo el mundo pedirá la cabeza de Putin, pero no pasará nada, más allá de que todos vamos a vivir más asustados y que el mundo se va a volver más bestia. Entendámonos: los ucranianos tienen todo el derecho del mundo a defenderse, y a intentar convertir la vida del ejército ruso en un infierno, pero no tendríamos que engañarnos. Y no tendríamos que querer para los demás lo que no queremos para nuestra casa.

Cuanto más destruido quede el territorio ucraniano, mejor para Rusia y para China y también para los Estados Unidos y, en cambio, peor para Europa y para lo que queda de Kyiv. No está claro que los ucranianos hayan tomado la decisión más inteligente convirtiendo su país en un campo de batalla, a pesar de que nuestra obligación es respetarla, incluso si no nos favorece. Lo que no tendríamos que permitir es que la guerra nos confunda. Putin sigue la misma política que todos los gobiernos moscovitas desde hace 400 años, y en el caso del monstruo ruso siempre vale más un loco conocido que un sabio por conocer.

Al mundo, y especialmente a Ucrania, le conviene una Europa fuerte y cohesionada, que se haga escuchar entre las grandes superpotencias

La idea de que Putin puede acabar en un tribunal internacional es un delirio propagandístico que no contempla el mal que un colapso de la jerarquía rusa podría hacer al conjunto del mundo. Aunque no nos guste, la guerra de Ucrania ha levantado otro muro de Berlín entre Washington y Moscú. Los alemanes mirarán la olla de grillos que es Europa y supongo que piensan que esta vez como mínimo no les han podido poner la pared en medio de casa. Los países europeos deberemos trabajar muy fuerte para reinventar nuestras alianzas, o bien nos debilitaremos hasta caer en la irrelevancia y la servidumbre.

Al mundo, y especialmente a Ucrania, le conviene una Europa fuerte y cohesionada, que se haga escuchar entre las grandes superpotencias. Pero Europa se tiene que reinventar a través de España, de Francia, de Italia o de Alemania, no a través de las desgracias de un país que no forma parte del Tratado de Maastricht, ni mucho menos del corazón de su historia y sus mitos democráticos. Un enemigo externo puede servir para galvanizar los ánimos, para remover conciencias o para tapar contradicciones internas, pero al final siempre es un problema pasajero.

Los partidos catalanes podrían jugar un papel importante en esta transformación interior de Europa, pero han tirado todo el prestigio por la ventana. Hace dos días lo teníamos todo preparado para hacer la independencia y ahora, mientras nos vendemos el catalán, esperamos que Ucrania resista, y criticamos a los alemanes porque no lideran una respuesta unificada ante los rusos y los americanos. Cuando lo pienso, me mareo. Supongo que veo en ello el colmo de las hipocresías europeas y de las tentaciones que tendrá Bruselas de resolver las presiones que le vendrán de fuera con fugas adelante.