Desde que alguien dijo en Twitter que soy un mantenido de mi señora que no paro de recibir llamadas de gente que hacía tiempo que había perdido de vista. La conversación siempre empieza más o menos igual. “¿Cómo estás, Enric?”, me preguntan con voz de ternero, una vez han agotado las expansiones ingeniosas. “Muy bien”, les digo, contento de oírlos, pero esperando que me digan qué quieren de mí. A veces fuerzo un silencio incómodo para mirar de acelerar las cosas.

“He visto que estás delgadito", dejan caer algunos. Supongo que quieren dar un barniz de calidez a la llamada y, si puede ser, hacerme saber que podrían estar un poco preocupados por mi salud. El secreto de mi nueva figura ―les cuento― es que me he sacado a mucha gente pesada de encima. Además, he limitado los bares y los restaurantes. Es una teoría, claro, pero los políticos han gastado tanto las palabras que ya no se puede ir por el mundo sin un as en la manga. Me encuentro bien, pero las relaciones sociales se han vuelto demasiado perversas para mi gusto. 

"¿Y con la señora, cómo va?”, me preguntan, a medida que la conversación se alarga. “Pues depende del día”, declaro con un deje de escepticismo para no tener que abrirme como si fuera una rana de laboratorio. “Pero es guapa, eh”, añaden aduladores, mientras preparan el terreno. El acercamiento es tan forzado que poco a poco el interrogatorio va saliendo de madre.

Lo que marca la posición social no son los números bancarios, sino el mundo de posibilidades que te da la memoria compartida con la familia y los amigos

“¿Así es verdad que encima de estar buena te mantiene, pedazo de caradura?”, dejó caer el otro día uno de los interlocutores más atrevidos. Como me callé en seco, a medida que se vio en el espejo de su estupidez, empezó a despotricar del autor del tuit. La red de damnificados se iba ampliando y al final ya no insultaba solo a los amigos, quería complacerme. “En el fondo ―lo interrumpí―, tienes razón. Mi señora es de una clase más alta que la mía”.

Esta salida también lo desconcertó, porque las personas peseteras son las que están más heridas por las diferencias de clase. En Catalunya, donde las fortunas duran poco, la gente tiende a sentirse de izquierdas porque así puede reducir la frustración a un problema de dinero. Ahora pienso en un periodista que, hace un montón de años, me dijo que él también habría podido escribir los artículos de Salvador Sostres si hubiera tenido una abuela rica. Como siempre, el tiempo ha ido poniendo en evidencia que el dinero solo multiplica la personalidad. 

Lo que marca la posición social no son los números bancarios, sino el mundo de posibilidades que te da la memoria compartida con la familia y los amigos. Es por eso que los judíos han sido tan odiados y que los hidalgos castellanos preferían conservar su linaje que ponerse a trabajar. Si el conde de Godó es importante es porque es el editor de un diario que hace más de 140 años que funciona. Si Jordi Pujol ganaba siempre al  PSC es porque sabía conectar mejor con el país que odiaba el primer conde.

La memoria da rabia porque no se puede comprar y, como todas las cosas que solo se pueden compartir o destruir, tiene un precio incalculable. El dinero deslumbra, pero la memoria es la base del poder, por eso en Barcelona ves a tanta gente que parece que le falte algo. Si no puedes defender tu historia, no tienes capacidad para crear nada y por tanto, literalmente, no eres nadie. Ahora que en todas partes veo la tentación de ir detrás de los negocios fáciles, el peso en oro de la memoria es un detalle que merece la pena tener en cuenta.

A nivel social, somos la memoria que protegemos y en este sentido sí que soy un mantenido de mi señora. Para mí es un descanso que las cosas que escribo y hago no me hagan sentir imbécil cuando pasan por la criba de su criterio. Para mí es casi un milagro que sus muertos hagan compañía a los míos. Cuando los muertos reposan bien acompañados, los vivos tienen más margen de maniobra.

Ya entiendo que todo lo que estorba la idea de igualdad toca la pera enormemente en este país. Con todo, me parece que tendríais que intentar abrir el corazón y, si tanto os interesa cómo me abro camino y cómo gano mi dinero, siempre podéis tratar de seguir mi ejemplo: “Qué demonios miras con esta atención de loco” ―me preguntó mi señora, una vez que la observaba.

―Perdona ―le respondí divertido―, pero no solo estoy mirando, también estoy aprendiendo.