I

Conferencia coloquio sobre el epistolario Sales-Rodoreda, en la Calders, la librería que Abel Cutillas ha convertido en una mezcla de negocio cultural y de bar de Rick, mientras hace tiempo para escribir la novela de mil páginas que un día me prometió. La invitada estrella era la nieta de Joan Sales y Núria Folch, Maria Bohigas. También había el poeta mallorquín Pons Alorda, que se marchó temprano: Joan Magrané estrenaba una obra con letra suya en el Palau de la Música. 

Yo, francamente, iba a ver a Gonzalo Torné. Tenía curiosidad para ver como se relacionaba con la literatura catalana y qué química se creaba con los otros dos invitados, que son gente que necesita ir un poco despeinada para sentirse creativa. Torné es un novelista español que pone nombres americanos a sus personajes. Escribe como si fuera Nancy Mitford, pero sin haber osado amar nunca a su pais, sin haber osado nunca marcharse lejos de él y, sobre todo, sin haber sufrido nunca una guerra. 

Escribiendo es pulcro, eficaz y frivolón. Se hace el simpático en tuiter y vive en Barcelona como podría vivir en cualquier otra aglomeración urbana de Occidente. Representa la cara amable de la globalización y de la asimilación castellana. Su inteligencia de escritor convencional habría brillado puesta ante la erudición de los dos lletraferits. A pesar de que de entrada puede parecer más pueril que Bohigas y que Pons Alorda, Torné piensa desde un marco español. Su mundo intelectual se apoya sobre una base mezquina, pero sólida. 

Bohigas y Pons Alorda son dos ejemplos refinados de la herida luminosa del país. Forman parte de una aristocracia provincial invertebrada que trata la cultura catalana como si fuera la cultura de un país pequeño, y no la cultura de un país ocupado. Bohigas todavía no ha vuelto de París, donde nació y vivió hasta que se divorció de un diplomático creído y maleducado que menospreciaba a sus suegros por menestrales y catalanes. Pons Alorda está tan feliz de haberse escapado del pueblo que sólo le ha quedado ánimo para explotar la vertiente lúdica de la cultura —cosa que justo es decir que hace muy bien. 

Los dos disfrutan escuchándose a sí mismos mientras hablan, y los dos intentan evitar los temas conflictivos sin que se note demasiado. Siempre pienso que saben muchas cosas y que, a pesar de todo, no acaban de entender nada bien. Igual que me pasa con Carles Puigdemont, a veces tengo la sensación que su inteligencia es un agujero negro que chupa la energía para volverla en forma de detritus tóxico. Me sorprende ver como, a pesar de los cálculos que hacen para subsistir, dejan siempre su espalda al descubierto.

La sensibilidad los hace odiar al pujolismo, pero la carencia de coraje hace que no vayan más allá de la crítica al catalanismo. Como agentes destructivos son perfectos, acaban repitiendo los mismos esquemas que odian desde posiciones excéntricas o resentidas. Incapaces de hurgar en las profundidades del sistema de dominación, y todavía menos de entenderlo con el corazón, dan vueltas increíbles para explicar conceptos muy sencillos. Su sofisticación es tan impostada que, sin querer, deshumaniza la cultura, y alimenta la misma lógica assimiladora que, en principio, intenta evitar. 

Sin el sentido práctico de Torné, que tenía fiebre y que no pudo venir, la conversación se volvió bizantina. Pons Alorda tuvo que marcharse a toda prisa y enseguida se vio que Bohigas tenia cuerda para rato. La sensación que Bohigas servía más pan que queso a su publico me irritó y, al final, intervení, aunque tenía ganas de levantarme e ir a encontrarme con J., que me había escrito hacía un rato. 

Abel le había preguntado a Bohigas cómo es que la novela de Sales había pasado tantos años enterrada antes de volver a tener público. También le había preguntado si esta ressurrección se podía relacionar con el resurgimiento que ha tenido La muerte y la primavera, la novela inacabada de Rodoreda, que ha sido reeditada. Abel introdujo la palabra “política” como quien echa la caña esperando que el anzuelo se enganche en la cola de una merluza de dos metros. Muy tímidamente insinuó que la política quizás tenía algo a ver con el éxito o el fracaso de los libros importantes, pero enseguida se desdijo. 

Entonces Bohigas empezó a hablar del peso de las generaciones, de la necesidad de matar los padres y de cómo Incierta gloria resurgió en Cataluña porque la critica de París la situó como una de las grandes novelas de su tiempo a propósito de una traducción al francés. El tacticismo de Abel me había divertido —tiene una librería y considera que debe combinar la verdad con el sentimentalismo para no perder dinero. Muy bien. Pero Bohigas se creía las barbaridades que decía. 

Mientras la escuchaba, recordaba la adaptación cinematográfica de la novela de Sales que contribuyó a impulsar. Su abuelo todavía hoy se debe de remover en la tumba, si la noticia de aquella locura sórdida y oscura ha llegado al público del otro barrio. Se tiene que ser mucho bestia para convertir Incierta gloria en una versión rural y feminista de El Vaquilla. Tiene gracia que el autor que más esfuerzos hizo para describir la Guerra Civil y la dictadura desde la luz fuera folkloritzada en plena euforia processista. 

Al final, levanté el brazo y, enseguida que encontré un silencio, me puse a hablar: 

"Antes has preguntado cuál era el rey desnudo de la cultura catalana que nadie osa señalar", dije: "Es la ocupación española. El catalanismo no ha sido otra cosa que un sistema para barnizar esta ocupación de consentimiento y para dominar un país a través de pocas personas. El nacimiento de Edicions 62 —al cual también te has referido— tenía la misión de arruinar a los editores en catalán. Es indiferente que la vanidad, el entusiasmo y el dinero impidieran a sus impulsores verlo.”

“No fue el catálogo ni el público, ni el modelo de negocio, lo que fallaron. En realidad no falló nada, para decirlo en tus términos. Ediciones 62 estaba pensada, desde el inicio, para institucionalizar la precariedad cultural. Por eso la lengua de las traducciones era rancia, artificial y hedía a clandestinidad. Los que fallaron fueron los editores y los traductores. No se los puede culpabilitzar porque eran gente destruida por el trauma de la guerra y el franquismo, almas vencidas que habían perdido el sentido del gusto y de la grandeza. 

"En los chismes que aparecen en el epistolario de Sales y Rodoreda se ve claro como el sistema español premia la mediocridad para mantener el país bajo control. Quizás el público catalán no estaba muy preparado para entender obras de valor universal, esto también es verdad. Pero el problema principal —insisto— fue que el catalán literario que se pretendía esparcir traía la semilla de la muerte, por eso ninguna de aquellas primeras traducciones ha perdurado. La gente las tenía en casa como un jarrón bonito, pleno de veneno. Muchos de los que hicieron un esfuerzo para leerlas han quedado intelectualmente tullidos.

"En cuanto a Incierta gloria, no creo que quedara olvidada por motivos generacionales, como dices. Ni mucho menos porque algunos catalanes no mataran su padre. Quedó enterrada por motivos políticos, por los mismos motivos políticos que Jordi Pujol no reeditó nunca los dos grandes libros suyos de juventud, publicados a finales de los años setenta, poco antes de que fuera president de la Generalitat: Des dels turons a l'altra banda del riu y Construir Catalunya... 

(El jueves continúa)