Me hacen gracia los gallitos que van sin mascarilla con aires de mira qué valiente soy y qué intensamente vivo la vida. Quizás no han entendido que el bichillo amarillo de Wuhan ya no es lo peor que nos puede pasar. La mascarilla es una terapia psicológica, además de una protección. A Occidente le conviene superar estos humos de chuleta que todavía vive de la impunidad que le daba ser el más alto de la clase, o el primero que tuvo pelos en la entrepierna.

Los rebrotes pronto dejarán de ser nuestro principal problema y llevar mascarilla nos ayuda recordar que tenemos que vigilar mucho de no complicar todavía más las cosas. Si el paro se dispara, si Europa recorta el sueldo a los funcionarios y rebaja las pensiones, si el sistema universitario hace aguas, si los bancos empiezan a cerrar, si el turismo no levanta cabeza y el mercado inmobiliario se vuelve a deshinchar, recordaremos el confinamiento de la primavera con nostalgia de poetas.

No hablo de cosas que pueden pasar, sino de cosas que seguramente pasarán. Porque todo va de capa caída: la globalización y los estados nación, el poder del dólar y el encanto mágico que tenía la palabra libertad —por no hablar de la izquierda progre—. Más vale llevar la mascarilla por lo que pueda pasar, y ponérsela para escuchar a los políticos, ver TV3 y leer los editoriales de La Vanguardia —o este blog pagado por el casinillo de siempre, que es una copia de El Nacional pasado por la chabacanería de Gabriel Rufián.

Los políticos se piensan que si bajan el listón nos parecerá que apuntan más arriba, y hay gente que se piensa que el bichito amarillo de Wuhan es una putada aislada, que viene sola. No podemos hacer como los ludópatas que se piensan que solo pasan una mala racha mientras arruinan a su familia. Viene una crisis sistémica y la pandemia nos ha herido y ha acelerado la historia justamente cuando más tiempo necesitábamos para pensar el futuro con calma y empezar a dejar algunos hábitos. 

No hagáis caso de los listillos que, quizás para preservar su posición de impunidad, hacen como si el Titanic no pudiera hundirse. Son como los que todo el día hablan del peligro del racismo y la ultraderecha para continuar cobrando. El Titanic no solo puede hundirse, sino que probablemente se está hundiendo. La mascarilla te pone en guardia y te recuerda que viene un diluvio de aquellos que limpian al por mayor y enjuagan deudas —seguramente un diluvio alimentado por los que se creen intocables. 

Ha llegado la hora de los catalanes que de las piedras hacen panes y la nueva normalidad será que seas imaginativo, que te busques la vida y que hagas piña con los tuyos. Si los gitanos del Rosselló han tenido fuerza para remover algo en Perpinyà, quiere decir que, como siempre que Catalunya saca la cabeza, Europa tambalea de lo lindo. No hagamos el tonto, que la selva avanza. Y, sin políticos serios ni un estado, ocupamos un lugar muy bajo en la escala trófica española, europea e internacional.