Dicen que los masajes se inventaron en Japón para restablecer el equilibrio psicológico de los samuráis que volvían de la guerra. Cuando habían acabado de cortar brazos y cabezas y de dar volteretas en el aire sin perder la coleta ni la espada, los samuráis se ponían en manos de unas señoras muy atentas que intentaban relajarlos con caricias en la cara. 

No he leído Tirante el Blanco. No sé si las doncellas valencianas de la edad mediana sabían dar masajes tan sofisticados como el Kobido o si con los caballeros que volvían invictos de la guerra, solo fornicaban, pero es difícil pensar bien si no encuentras momentos para bajar la guardia. Para educar la intuición y para aprender de los errores tienes que estar receptivo y, para poder estar receptivo, te tienes que sentir a salvo.

En los momentos de paz es cuando la sensibilidad se eleva y se desarrolla. Solo cuando te sientes seguro y crees que no te va a pasar nada, abandonas los automatismos, tienes ocurrencias de bombero y haces pruebas que después te sirven en los momentos difíciles. Todos los conejos que nos sacamos de la chistera para sobrevivir cuando nos encontramos con el agua al cuello son herencia de los instantes que hemos vivido en el paraíso.

Igual que el corazón, el alma necesita ensancharse y contraerse constantemente para no apagarse

Churchill empezó a ganar la Segunda Guerra Mundial mucho antes que Hitler invadiera Polonia, cuando disfrutaba con los historiadores victorianos o cuando investigaba la vida del primer duque de Malborough en el castillo de Blenheim. En los momentos duros de la guerra, Churchill veía películas de Hollywood antes de irse a a dormir y esto, junto con los cigarros y el brandy, lo ayudaba a mantener la calma.

Mi madre intentaba buscarse cada día un momento de paz, para no enloquecer conmigo y mis tres hermanas. A veces me pregunto si no hizo dos carreras mientras trabajaba para poder tener el piso por ella sola un rato antes de irse a la cama. Mis libros se empezaron a escribir sin que yo lo sospechara mientras hacía pellas con los amigotes a la hora de literatura catalana.

Igual que el corazón, el alma necesita ensancharse y contraerse constantemente para no apagarse. Cuando la gente se me hace pesada y me tomo las cosas demasiado seriamente siempre me acuerdo de la suerte que tengo de poder pagarme un masaje a la semana. En la camilla, mientras el cuerpo se deshace, se evapora aquella sensación de que a veces todos tenemos de ser como una guitarra desafinada. 

A medida que el cuerpo se relaja, la imaginación levanta el vuelo, las ideas se oxigenan y los sentimientos pierden aquella especie plomo cancerígeno que los humos de los coches dejan sobre las superficies más bonitas y más artísticas de la ciudad. Si no supiera encontrar momentos de paz tan absolutos no podría vivirlo todo con tanta intensidad ni verlo todo tan claro, sin estropearme. 

Hay gente que, para recuperar el equilibrio, tiene suficiente con hablar un rato con los amigos, tomar unas cuantas copas o disfrutar de un buen revolcón. A mí todo esto me gusta mucho y también me gusta mirar vídeos de You Tube y leer biografías en pijama. Pero nada me reconcilia más deprisa con la sonrisa mágica de la eternidad como un buen masaje.