Si yo fuera el estado español, cogería a Puigdemont y le ofrecería un marquesado. En vez de pagar a periodistas y políticos para que lo traten de loco y lo califiquen de fugitivo, procuraría avanzarme a los acontecimientos y mandaría a Bruselas una comitiva real de catalanes corteses y eruditos para que tuvieran una conversación histórica. Jordi Amat y Adrià Pujol irían bien vestidos, con pelucas versallescas. No hace falta esperar a que se hagan viejos, para que levanten polvo del suelo con sus pedos de monja.

Tarde o temprano, la monarquía de Madrid tendrá que disculparse con Puigdemont y proponerle un acuerdo de mínimos igual que hizo con Tarradellas. Más vale que España se avenga a negociar antes de que sea demasiado tarde. Hay que evitar que los catalanes se organicen, como en tiempos de la dictadura, al margen de las instituciones y su claque de muñecos diabólicos. El delirio de Inés Arrimadas y de sus promotores no se va a realizar. Arrimadas era —o es–, no sé si todavía puedo hablar en presente de ella, una fanática.

En la Catalunya autonómica se pueden representar todas las comedias medievales que quieras. Los diputados pueden hacer frentes contra el separatismo o contra el fascismo igual que podrían enviar brujas a la hoguera o romper el cuerpo de Juan Calas en la rueda. En Barcelona, cualquier cosa funciona porque todo es una broma, pero España no es Catalunya, que se lo cuenten a Albert Rivera. No será posible sostener una España democrática con los independentistas dentro del Estado pero fuera de las instituciones. 

La monarquía de Madrid tiene que aprender a distinguir entre los nobles y los bufones y tiene que vigilar qué voces escucha. Cada vez que la corona madrileña ha confiado en la Barcelona que tiene a sueldo, se ha montado un gran pollo en España. Vale más negociar un marquesado con Puigdemont directamente, antes de que se convierta en un problema indigerible para Europa. Total, la destrucción del president conviene más a los catalanes que viven del presupuesto, o que quieren hacerse perdonar el pasado, que no al joven rey de la Zarzuela.

Mientras España persiga a Puigdemont, Mas no podrá volver, el cinismo de Quim Torra solo hará daño a Convergència, y el independentismo de Laporta será más difícil de mantener bajo control

Si Puigdemont aguanta la persecución, el mensaje que van a recibir los catalanes será que pueden vivir como si fueran europeos pasando de las instituciones españolas y cagarse cada mañana, cuando se levanten, en los Borbones. Y por qué no tendría que aguantar Puigdemont, si Tarradellas resistió en un contexto más difícil y más duro. Y por qué los alemanes tendrían que volver a hacer el papelón, si tienen dos guerras mundiales y la Francia de los dos Napoleones para recordar que el autoritarismo siempre hace aguas en Europa. 

Es mejor dar un marquesado simbólico a Puigdemont que confiar la pacificación de Catalunya a Pere Aragonès, que tiene aún menos carisma que Montilla. Tarradellas resistió sin dinero ni comunicaciones fluidas con el Principado, ni mucho menos con referéndums de autodeterminación en Escocia, tolerados por Londres. Puigdemont hace millones de euros con su Consell per la República y le bastan cuatro tuits de pastelero para deslegitimar la autonomía catalana.

Si yo fuera el rey de Madrid, dejaría a Puigdemont en paz y le daría lo que fuera para que se retirara en algún castillo de Catalunya. Mientras España persiga a Puigdemont, Mas no podrá volver, el cinismo de Quim Torra solo hará daño a Convergència, y el independentismo de Laporta será más difícil de mantener bajo control. Para comprender el peligro que representa Puigdemont, solo hay que recordar el provecho que Jordi Pujol sacó de las décadas de obstinación de Tarradellas.

Tener que dejar en paz el president exiliado no es, ni de lejos, lo peor que le puede pasar a España. Para redondear la comitiva belga, y para darle un barniz de poesía y de autoridad, el rey madrileño podría ordenar ―o pedir por favor― que también viajara Salvador Sostres. Regaladle una arpa y un sombrero de bardo, pero ponedle vigilancia, como si fuera Shostakóvich de visita a Londres. Todos sabemos que es un genio y que los genios, por más miedoso que sean, son imprevisibles porque en el fondo aman la libertad.

Si yo fuera el rey de España, removería cielo y tierra para mirar de sobrevivir a Puigdemont y a los dementes que lo odian como eunucos o como inquisidores. Pero solo soy un pobre chico, demasiado catalán e idealista.