Una de las alegrías que me empieza a ofrecer el nuevo procés es el espectáculo de ver cómo el cinismo que la malla catalana promovió para sabotear la autodeterminación empieza a volverse, poco a poco, contra España y contra La Vanguardia. Si tenemos paciencia y dejamos que el tiempo trabaje a nuestro favor, me parece que vamos a tener el gusto de hacer como Rajoy y poder ver cómo desfilan por delante de nuestra casa los cadáveres de muchos intocables.

Tenemos que dar margen a la historia para que se pueda cobrar las facturas, y aprender a disfrutar sin remordimientos de los pequeños placeres perversos que nos ofrecen los periódicos. No podemos dejarnos llevar al matadero como si fuéramos Bambi, ni darnos por vencidos a la primera, como hacen los cínicos de pacotilla. No hay nada que ayude tanto a conservar la vitalidad y el optimismo, y por supuesto la inteligencia y las obras de arte, como preocuparse de devolver las bofetadas.

La decadencia de Europa es un campo de oportunidades inmenso para Catalunya, y más ahora que Rusia va a meter mano a la plutocracia de Bruselas y que Madrid se ha convertido en el elemento desestabilizador de España. La Vanguardia, que cada día está más mal escrita, contaba ayer que la capital del Estado es el destino mayoritario de los inmigrantes internos de la Península.

Los casales gallegos y extremeños de Barcelona languidecen, igual que languidece la prensa de papel escrita en castellano que había tenido tanta salida en Catalunya. La Vanguardia utilizaba las estadísticas para reprochar a los independentistas catalanes el atractivo que Madrid ha cogido para los españoles. Todo el mundo sabe que la única manera que Barcelona tenía de competir con Madrid para atraer gente de Murcia era convertirse en capital de un estado.

Aunque nos sepa mal, tendremos que dejar que Barcelona se degrade una buena temporada para poder hacer limpieza de sus elementos superficiales y demagógicos

Aznar lo sabía, Maragall lo sabía; Saskia Sassen lo sabía. Si el conde de Godó no sabía que la independencia se hacía para proteger el potencial de Barcelona que mire de cambiar de entorno. La Vanguardia hace como El Periódico que ahora se lamenta de que la clase media catalana se vaya a hacer puñetas, y saca el fantasma de Argentina después de hacer una guerra de diez años contra gran parte de la clase media del país.

Aunque nos sepa mal, tendremos que dejar que Barcelona se degrade una buena temporada para poder hacer limpieza de sus elementos superficiales y demagógicos. Si dejamos que la inmigración española vaya a Madrid durante unos años no hundiremos la Sagrada Família, todo lo contrario. No nos tenemos que dejar asustar por la propaganda y por las facturas del día a día. Tenemos que mantener la posición y pensar a largo plazo.

Tenemos que entender qué significa para España que Pablo Casado tenga que hacer ver que se preocupa por la Castilla de las vacas y por la Catalunya de Àngels Chacón. Desde que se aplicó el artículo 155, España está dividida entre monárquicos que hacen promoción de Madrid y comunistas que hacen propaganda de València. Las dos ciudades hace siglos que intentan superar a Barcelona y solo lo consiguen a temporadas, cuando entramos en fases autodestructivas.

Yo, cuando tengo un momento de victimismo, abro La Vanguardia para recordarme que estamos ganando. A veces también abro el Diari de Girona para leer los artículos de mi amigo Salvador Sostres, que hace todo lo que puede para mantener los equilibrios y cuando no atropella a Jaume Giró hace caer del caballo a David Madí. Me parece que a medida que el bichito amarillo de Wuhan deje de frenar la historia vamos a ver que el desprecio por la verdad que sirvió para convertir la autodeterminación en una payasada dará poco rendimiento en el mundo que viene.

Aunque el servicio de Madrid diga que Catalunya es una mierda, mi país es como aquella pequeña dosis de carbono que hace que el acero no se doble. Los militares españoles hace años que lo saben y les da igual: pero para Europa y para los inmigrantes que llegan a la capital con la esperanza de un futuro mejor, quizás vaya a ser una sorpresa. Es importante que estemos preparados para aprovecharla, sobre todo ahora que España parece tan agotada que ya no ni tiene fuerza para mirar de dominarnos a través de la carne de cañón.