Las fotografías de la entrevista que Ferran Casas le ha hecho esta semana a Vicent Sanchis para NacióDigital me han hecho pensar en un comentario que Macià Alavedra dejó caer un día, mientras hacíamos su libro de Memorias. “Así pues —me dijo divertido—, al poco de empezar a pactar con Madrid un día noté que Pujol andaba como si fuera un hombre alto.” A pesar de que Alavedra valoraba mucho el liderazgo de Pujol, conocía sus debilidades y no lo idealizaba. Yo también podría hablar bien de Vicent Sanchis, como profesor y como director del Avui. De su trabajo en TV3, en cambio, hablarán mejor siempre las fotografías de la entrevista publicada en NacióDigital, sobre todo por lo que tienen de representativas del clima político.

La crisis de autoridad es tan bestia que la prensa de Vichy aprovecha cualquier excusa para hinchar sus figuras y los resultados cada vez son más patéticos. Ver a Sanchis con el ademán de Eduardo Zaplana hace pensar en el giro que la prensa ha hecho desde el 155. Pero ver a Jordi Amat como si fuera un medallista olímpico enfocado por Leni Riefensthal dice más de La Vanguardia y de su política cultural, que no del churro de libro que ha escrito el crítico de El País sobre Gabriel Ferrater. Los partidos de Vichy y sus diarios han llevado tan lejos la estrategia del mal menor que, de la democracia, solo queda ya la estética y la estética más baja. Todo es tan ridículo que cuando Pere Aragonès sale al escenario y advierte al Estado español que no ponga a prueba su partido, no tenemos ni tiempo de reírnos, porque ya estamos riendo de otra cosa. Otra figura que ha encontrado motivos para hacer el chulín gracias a la prensa es Ernest Maragall, que se ha pasado cuatro años durmiendo en el ayuntamiento y ahora se siente resucitar.

Ver como la clase política y mediática vuelve a abusar de la pobre Ada Colau solo es divertido porque es un win-win en el que todos los participantes ganan. Hace dos ciclos electorales que Colau es escarnecida en público y después consigue la vara de alcaldesa contra todo pronóstico. Antes de que Xavier Trias también empiece a hacer el ridículo en los diarios, quizás merece la pena recordar una cosa: en 2015, CiU no perdió Barcelona por la guerra sucia, sino porque prefirió hablar de los pobres que de los beneficios de la independencia. Supongo que el resumen de todo es la nariz de payaso del nuevo presidente del ANC, que parece elegido expresamente para que no haya nadie en Catalunya que no pueda andar con la cabeza erguida, como hacía Pujol cada vez que claudicaba. La cosa es que la comedia de Pujol protegía un orden en el cual era posible encontrar un margen constructivo para defender algo. Ahora la política y el mundo que vive de su dinero se ha convertido en un estercolero tan denso que ya solo es una trampa.

Cuando la economía estalle en 2023, vale más que las instituciones estén en manos de los españoles, y que los votantes puedan tener claro de donde vienen las bofetadas. Puede parecer una idea contraintuitiva, igual que lo era no investir a ningún president de la Generalitat que no fuera Puigdemont. Pero a medida que el dinero público se acabe y que la confusión aumente, agradeceremos todos los esfuerzos que hayamos podido llevar a cabo para hacer limpieza y abrazar un cierto caos.