Pasando corriendo ante las paradas de libros que había ayer en la Diagonal, a la altura del Banco Atlántico, vi con el rabillo del ojo una montaña desordenada y polvorienta de libros de Josep Pla. Me esperaban en la Farga y, en la mano, llevaba la rosa de rigor con una brujita de madera de mahagoni atada al tallo que intentaba hacer la diferencia en un día que hace que todas las flores se parezcan demasiado.

A pesar de la prisa que tenía, y que andaba cojo porque me he hecho daño de la forma más absurda que se me podría haber ocurrido, me paré a pedir el precio de los libros. “10 euros cada volumen”, me dijo un hombre panzudo, que descansaba apoltronado en una silla de paja ante una multitud de libros de segunda mano con cara de servir carajillos medio dormido en un bar anónimo de estación de tren. 

De repente sentí el peso de los años, como cuando se muere un cantante que te había hecho llorar o un alumno te habla de un grupo famoso que no conocías. Intenté recordar el dinero que me había costado cada volumen de la obra completa, pero más que conseguir sacar una cifra precisa, solo se me hizo bien luminosa la evidencia de que pronto hará veinte años que Pla corre por mi casa. 

Hace un par de meses, me pasó una cosa parecida con la obra completa de Josep Carner. En el escaparate de una librería de viejo vi expuesta una edición de 1968 de la editorial Selecta y entré a preguntar por el precio. Como que costaba menos de la mitad de lo que había pagado hacía muchos años, la volví a comprar. No se sabe nunca cuándo tendrás la ocasión de hacer un buen regalo, ni cuándo volverá a subir el valor de los libros antiguos.

Ahora que hablar y escribir en catalán se ha vuelto otra vez un acto de primera magnitud política no sé si es buena noticia que los libros de Pla se vendan tan baratos. Cuando Pla me enseñó a escribir y a leer, los volúmenes de su obra completa se exponían en las librerías con un cierto orgullo. Sin llegar a los precios de la Pléyade, no creo que bajaran de los 25 o 30 euros. Suerte tuvo entonces mi precaria educación de que la empresa de mi padre fuera a todo viento. 

Pla entró en mi mundo con el primer cañonazo que agrietó la fortaleza de mi cuerpo. Jugando a fútbol, me cargué el coxis en un corner y, al cabo de un par de semanas, quedé amargamente sorprendido de descubrir que los límites de mi voluntad ya no los podría poner yo solito. Pla me enseñó que no era un auto de choque y que dominar mi lengua me llevaría mucho más lejos que no mi impetuosa fuerza bruta.

Descubrí la obra de Pla a la vez que el tranquimazin y que las inyecciones de cercaron. Todavía me veo en la cama mirando de entender el homenot de Pompeu Fabra, a la vez que escuchaba el programa de fútbol de Catalunya Ràdio que presentaba Jordi Basté. Los médicos tardaron en saber que me había cargado el coxis pero un fisioterapeuta me contó que mi postura corporal era la de un hombre primitivo a punto huir deprisa ante el embestida de un mamut. 

Buena parte de la reavivada nacional que ha habido en Catalunya ha sido culpa de Pla. Con el agujero negro que dejó el franquismo, cuando acabé los estudios universitarios, el país que Pla describe quedaba mucho más cerca del que entonces ningún intelectual habría dicho. Igual que Carner, Pla topó con una Catalunya que necesitó hacerse de la Falange, de la FAI o del PC para ejercer la violencia ―porque en el fondo solo se veía capaz de hacer la guerra y defenderse seriamente en castellano―. 

Toda acción genera una reacción y las obras de Pla, igual que las de Carner, tarde o temprano se volverán a vender a un precio prohibitivo. En la Europa del populismo y de las verdades de pacotilla, las lenguas nacionales se volverán más importantes que nunca, y solo faltará la pujanza del mundo digital para ayudar a convertir los libros de papel en un lujo de los ricos. Ahora que los clásicos catalanes se venden a precio de saldo quizás estaría bien que se hicieran accesibles a internet. 

A medida que la carga histórica de las palabras gane intensidad, las pantallas tendrán tendencia a devenir un entretenimiento para pobres y analfabetos, pero mientras vivamos sometidos al saqueo de los españoles difícilmente podremos permitirnos algo mejor. Porque hay una cosa que no hemos entendido y que ahora más que nunca necesitamos saber: no somos nosotros que tenemos que salvar la lengua, es la lengua que nos salvará a nosotros, si nos la tomamos seriamente, claro, y aprendemos a utilizarla de una santa vez