No hay nadie en Catalunya que me pueda convencer de que las negociadores de ERC no habían previsto que Pedro Sánchez vetaría a Oriol Junqueras en la mesa de diálogo al día siguiente de salir de la prisión. Es como cuando veo a Bernat Dedéu rebatiendo a Andreu Pujol en Twitter. Me cuesta pensar que baja al barro por altruismo, o por el placer de ejercitar su conocida afición a la esgrima.

Una cosa que pasa en los sistemas poco democráticos es que todo el mundo acaba trabajando, por defecto, en la dirección del Führer. A Junqueras le conviene dejarse humillar por los españoles, mientras que a Dedéu le conviene arañar a los tertulianos republicanos con la punta de su espada de juguete. Si Laura Borràs hubiera ganado las elecciones, Junqueras se sentaría con Sánchez en la mesa de diálogo, mientras que Dedéu perdería el tiempo con Toni Aira.

A la Moncloa le interesa debilitar a Junqueras y encumbrar a una figura más pequeña, como por ejemplo Pere Aragonès. Al club Godó le interesa dar cuerda a la generación bonsái de Esquerra para debilitar a Jordi Pujol y repartirse los despojos del cadáver convergente, sin quedar demasiado expuesto a la avaricia de Madrid. A Pujol le interesa que el exilio haga ruido para que la llama identitaria mantenga vivo su legado, ni que sea a través de figuras que desprecia, como por ejemplo Laura Borràs o Agustí Colomines. 

ERC tiene la posición ganada para explotar el imaginario de la reconciliación y del diálogo hasta destruirlo con la complicidad del PSOE

Una vez la mayoría de los actores políticos han traicionado sus principios, e incluso su sentido del gusto, ya no nos puede extrañar nada. Las metáforas y las relaciones se volverán cada vez más demenciales. En un contexto de libertad, todo el mundo pensaría que Sergi Sol se ríe del físico de Junqueras, cuando lo trata de judoka. Pero si Lluís Companys consiguió pasar por santo, el líder de ERC puede aspirar tranquilamente a Kung Fu Panda. 

La primera Transición funcionó porque veníamos de muy abajo y porque era fácil que todo el mundo pudiera idealizar la democracia a su gusto. Estados Unidos y Europa iban hacia arriba y salía muy barato que todos los partidos, excepto ERC, se sintieran vencedores de alguna idea. La primera Transición la hicieron los traidores, pero incluso el rey de España, que traicionó a su padre, podía compartir alguna esperanza genuina con sus adversarios.

Ahora que Sánchez ha hecho indultar a Junqueras y al resto de los políticos que se entregaron en Madrid, España volverá a quedar dividida entre la comedia africanista y la comedia europeísta. A diferencia de Pujol, Junqueras solo puede pactar con el PSOE y, por lo tanto, solo puede hacer de chivo expiatorio de la derecha. Para sacar provecho de esta cojera, los chicos de Artur Mas esperan el momento para pagársela a JxCat, incluso quizás con Jordi Graupera, que intenta hacerse astutamente el muerto en medio del campo de batalla. 

No creo que la cosa funcione. Hasta el asalto a la hacienda de Mas-Colell me parece un ataque disuasorio innecesario, por parte de España. En Catalunya todo el mundo sabe que el ilustrísimo académico conseller enredó a los electores como un trilero, igual que el resto de políticos de orden. En Catalunya, todo el mundo lo sabe todo y lo ha entendido todo y ya nadie no podrá olvidar lo que ha vivido durante una generación, como mínimo. 

ERC tiene la posición ganada para explotar el imaginario de la reconciliación y del diálogo hasta destruirlo con la complicidad del PSOE, igual que CiU se cargó el imaginario de la democracia y de las urnas, con la colaboración del PP. Esto siempre que la economía se comporte y no tenga un momento de pánico, claro. Entonces el margen para la comedia se acabará antes de tiempo y, como en Weimar, pueden pasar muchas cosas, ninguna positiva.

Mientras tanto, Junqueras puede jugar con La Vanguardia a imitar a Tarradellas y hacer ver que se entiende de maravilla con el nuevo Suárez