Un amigo que vive en Nueva York me ha enviado el artículo que Albert Sáez publicó la semana pasada sobre la inmersión lingüística y me ha escrito desconcertado: “Están convirtiendo Catalunya en el laboratorio de las fórmulas autoritarias que Europa y los Estados Unidos intentaran aplicar a la democracia en los próximos años”.

El argumento de mi corresponsal es que Sáez había sido uno de los periodistas importantes de ERC durante los años del Tripartit. Como que la relación no acabó nada bien, cree que el subdirector de El Periódico sólo puede haber vuelto a la órbita republicana si el partido de Junqueras está dispuesto a tragarse todo lo que haga falta para lograr la hegemonía.

Es verdad que el artículo de Sáez era de un hooliganismo poco habitual en sus columnas, que acostumbran a guardar bien las distancias. El artículo parecía más pensado para atacar el espacio electoral que defienden Torra y Puigdemont que no para reflexionar sobre la situación del catalán y el modelo lingüístico que propone el documento de Bargalló.

Unos de los problemas que tiene la democracia es que, en muchos países, se ha convertido en un negocio inmenso. Los partidos y sus entornos mantienen corros de familias hipotecadas hasta el cuello y muchas vanidades hinchadas. Si algo demuestra el documento de Bargalló es que, en Catalunya, los gestores visibles de la democracia han perdido los ideales y se dedican a nadar y guardar la ropa para salvar su paradita. 

Los últimos años, el mundo parece haberse llenado de demócratas dispuestos a sacrificar la democracia para proteger sus intereses. Los viejos partidos se han convertido en monopolios del poder que sirven para controlar la población más que no para vehicular sus demandas. Igual que ha pasado con los diarios, las formaciones políticas consolidadas hacen movimientos cómicos de títere o de gallina sin cabeza.

En Catalunya, el monopolio ilícito del poder se nota especialmente porque, entre medio, hay un proceso de independencia. Pero en los Estados Unidos la victoria de Donald Trump también ha puesto de manifiesto esta dinámica. Si Quim Torra puede presidir un gobierno dispuesto a comerciar con el catalán, en los Estados Unidos hemos visto como Trump era recibido con la misma mezcla de retórica y de sumisión que el artículo 155 encontró en las filas de ERC y PDeCAT. 

El resultado es que los discursos pasan cada día más arriba y tienen menos que ver con las necesidades que los electores expresan en las urnas. Es difícil encontrar articulistas o políticos que no hablen como robots de algún partido o de algún sistema de poder. La misma dialéctica que los diarios barceloneses plantean entre ERC y JuntsxCat suena cada día más postiza y previsible. Incluso Enric Juliana le ríe las gracias a Junqueras.

Mientras España demuestra que necesita reprimir a los catalanes para mantener su democracia, los negros de los Estados Unidos ven como la administración recurre a todo tipo de trucos, tecnológicos y legales, para restarles influencia electoral. Los medios coercitivos se emplean ya sin manías, como una expresión más de la retórica democrática. Por eso Gabriel Rufián o Joan Tardà se han visto capaces de escarnecer a sus votantes.

Las primarias no dejan de ser una reacción contra este clima de decadencia, como también lo fueron las consultas, en un momento que Catalunya parecía dormida en los laureles de la globalización y del autonomismo. Aquí todavía distinguimos entre el arroz hecho en casa por nuestra madre y el arroz del menú del bar de la esquina, a pesar de que a veces nos lo comemos alegremente o nos pensamos que no podemos aspirar a nada. 

La manipulación pacífica de las sociedades que no han perdido las raíces ni los entramados familiares tiene un límite a partir del cual las cosas se complican. Una cosa es engañar a los hijos de Davos que no distinguirían la Torre Eiffel de Las Vegas de la Torre Eiffel de París, y el otro engañar al conjunto del país. Lo que pase en Catalunya también marcará la evolución de la democracia en Occidente, sobre todo si pasa algo que rompa la inercia y se pueda considerar una buena noticia.