El éxito que tienen los libros de Puigdemont y los pocos esfuerzos que los diarios tienen que hacer para pintar JxCat como una banda de independentistas irredentos me recuerda cada día que solo los más bestias y los más burros sobreviven a las situaciones límite. En los campos nazis solo los presos más combativos y más ingenuos encontraban alicientes para continuar llevando piedras de un lado para otro. 

La degradación de la vida catalana tiene que ver con el veneno que la política y el periodismo han introducido en las fuentes de esperanza del país. Antes del 155, el mundo convergente representaba un sentimiento mayoritario, maleable y satisfecho. Eran los republicanos los que reunían a los catalanes más rebotados y resentidos. No sé si el intercambio de papeles le saldrá a cuenta al estado español.

El patriotismo de ERC es intelectual y, por lo tanto, fácil de comprar con afecto o dinero. La fuerza de ERC viene del resentimiento social, de la rabia que la monarquía da a los pobres que no encuentran elementos para indentificarse con sus símbolos. El mundo de JxCat bebe de una fuerza más tribal y atávica. Cualquier convergente firmaría mañana mismo fidelidad a los Borbones a cambio de sacar al ejército español y sus lacayos de Catalunya.

La monarquía y los políticos del 78 han puesto a la mayoría de catalanes en una situación en la cual no pueden retroceder

Puigdemont aguanta por el mismo motivo que aguanta Miquel Iceta, porque el conflicto político se desbordaría si desapareciera del mapa. La resistencia que demuestra no se explica sin las fuerzas telúricas que desenterró el 1 de octubre. Los catalanes que habían dejado de creer en su libertad fueron a votar en masa en gran parte por el placer de joder a España y ahora no pueden volver atrás sin romperse.

El 1 de octubre, el resentimiento de los catalanes contra el Rey y contra el franquismo que gestionaba ERC, se esparció en las bases convergentes en forma de resentimiento nacionalista contra España. Solo faltó que el Rey pusiera su figura en primera línea, como hizo Alfonso XIII con Primo de Rivera. Desde entonces cada intento que la democracia española hace de legitimarse a través de la monarquía acaba creando un buñuelo más gordo en Catalunya.

ERC y JxCat llevan a cabo la misma política y sus rifirrafes para comer de la mano de Madrid son fáciles de ridiculizar. Pero a través de sus mentiras y su vacío representan dos maneras de odiar a España que van directamente contra los dos pilares del régimen del 78, la monarquía y la autonomía. El pujolismo tardó más de dos décadas antes de quemarse intentando proteger la dignidad del Rey y de la famosa conllevancia orteguiana. Me parece que el régimen de Vichy no será tan eficaz.

La monarquía y los políticos del 78 han puesto a la mayoría de catalanes en una situación en la cual no pueden retroceder. La mayoría de catalanes se pueden embrutecer, como se embrutece cualquier pueblo sometido a una ocupación, pero no pueden retroceder, ni tienen herramientas ni sensibilidad para autodestruirse como se autodestruyen los intelectuales y los artistas. De aquí que cada intento de resucitar el circo autonómico enfangue más y más la situación, y que el PP y Ciudadanos no levanten cabeza. 

Los españoles —y los europeos por extensión— irán descubriendo que Catalunya es el invierno ruso de su democracia, una gangrena que no deja en pie a ningún pedante.