Un exconvergente que vive en Londres me envía un corte de TV3 en el que un joven de Batec hace ver que se preocupa por las infraestructuras del país mientras habla de entrar en los trenes sin pagar. Enseguida pienso en los amigos que sacaban malas notas y que se buscaron un trabajo cualquiera para poder comprarse una Vespino y presumir en la puerta de las discotecas. O en las chicas que se restregaban con quien fuera y se vestían extremadas solo para hacerse pasar los complejos físicos.

Una cosa que merece la pena aprender pronto es que el mundo ofrece muchas salidas fáciles, pero que sin esfuerzo y cierto sentido de trascendencia no hay ningún camino que sea sólido. En Catalunya, cuando vienen mal dadas, todo el mundo tiende a reducir la verdad a los hechos y a separar los problemas técnicos de los conflictos espirituales. Solo hay que abrir la revista El Temps, que tiene un millón de euros largo de presupuesto, y no lee nadie, para entender dónde nos quería llevar España cuando el president Montilla reclamaba hechos y no palabras.

Los jóvenes tienen poca perspectiva, pero si hacen el favor de mirar atrás, verán que las carencias, en política y en cualquier otro aspecto de la vida, siempre son más perdonables que no la mediocridad. Las consultas populares, igual que el 1 de octubre o que TV3, se organizaron con una mano delante y otra detrás. Jordi Pujol no será recordado por haber estafado dinero a la hacienda española. Será recordado porque conectó buena parte de los catalanes con una idea milenaria del país que Madrid había dado por muerta y enterrada.

Hemos renunciado a proyectar Catalunya al mundo, y ahora el mundo entrará en Catalunya de forma descontrolada, mientras respondemos con discursos de pequeño contable o acciones de revolucionario pintoresco

Fue cuando Pujol dejó de creer en Catalunya y empezó a fingir que era un hombre satisfecho, que su partido empezó a flaquear y que la corrupción se convirtió en un problema. Fue cuando Puigdemont huyó con la excusa de la paz y Junqueras se entregó para declarar en una lengua impuesta, que el catalán empezó a ceder espacios. Hemos renunciado a proyectar Catalunya al mundo, y ahora el mundo entrará en Catalunya de forma descontrolada, mientras respondemos con discursos de pequeño contable o acciones de revolucionario pintoresco.

No es nada que no haya pasado muchas veces. Cuando el futuro se ve negro, la gente se vuelve fácil de cazar y de manipular, sobre todo los jóvenes, que tienen más ansias que memoria. Si yo fuera un jovenzuelo, intentaría tener paciencia y de no quemarme porque la situación es más frágil de lo que parece y las soluciones que hoy pueden parecer prácticas, mañana pueden cogerte con el pie cambiado. La economía está al borde un barranco, la guerra de Ucrania se puede alargar tiempo y los partidos de la burbuja de Vichy no tienen capital humano para hablar del mundo que viene con propiedad, ni mucho menos para gestionarlo.

El régimen de Vichy cada vez hará piruetas más rocambolescas para cooptar liderazgos jóvenes. A su vez, sin embargo, cada día habrá más electores huérfanos, que buscarán discursos inteligentes, que no intenten sobreprotegerles o estafarles. La idea de utilizar la ANC para crear un cuarto partido independentista que absorba la distancia entre las instituciones y la base del país, dudo que funcione. Los 700.000 votantes que hay en la abstención no esperan un partido que haga la independencia pasado mañana, sino un grupo de políticos que hable sin miedo ni fórmulas hispanizadas de los problemas que nos trae el mundo.

A veces, me pregunto qué sucedería si Jordi Graupera reactivara Barcelona és Capital y se entendiera con el resto de Primàries, ahora que se acercan las municipales. Ya os digo yo qué pasaría: que habría grandes escalofríos, y eso que en los últimos tres años se ha perdido el tiempo de una manera miserable. Las cosas no pasan nunca en vano y tarde o temprano las lecciones del procés cristalizarán con una cultura política nueva que se llevará la vieja por delante. Sin una guerra como la de 1936, y sin unos cuantos fusilamientos, dudo que ningún comedero público, ni ninguna ofensiva propagandística, tengan suficiente fuerza para poner a dormir el país.