Parece que las élites de Barcelona y una parte de la izquierda española no tuvieron bastante con la Guerra Civil y el franquismo que ahora quieren reeditar el pacto de San Sebastián, pero sin tocar al Rey. Igual que en los años treinta, España solo tiene dos salidas realistas: o bien respetar la autodeterminación de Catalunya o bien intentar bunquerizarse y convertir la democracia en un ritual simbólico, inofensivo para la unidad del Estado.

La idea que Catalunya puede renunciar a la independencia a cambio de un pacto fiscal o de blindar cuatro competencias es tan absurda como la idea de que Catalunya podía renunciar a la independencia a cambio de hacer caer a los Borbones y de aprobar un Estatut. Como ya se vio durante la República y la guerra, en los conflictos de soberanía nacional no hay término medio, o hay libertad o no la hay.

Las lumbreras que intentan utilizar a ERC para tapar el vacío que la autodeterminación ha dejado en el PSC y la vieja CiU deberían recordar cómo acabó Gaziel. “La república es el mayor timo que los catalanes hemos hecho a los castellanos”, escribió el director de La Vanguardia a Lluís Companys, cuando ya era demasiado tarde. El diario de los Godó siempre cae de pie y se puede permitir liarla, pero el país no se puede permitir más experimentos.

La cabecera insistía ayer en preparar el terreno para que las negociaciones entre ERC y Pedro Sánchez se conviertan en la base de una consulta sobre la ampliación de la autonomía que divida a los votantes del 1 de octubre. Para dar cobertura a la idea, el diario incluso contaba las conversaciones secretas que CiU tuvo con el PP antes del 9-N, cuando medio país creía que tenía la libertad a un palmo, para frenar el crecimiento del independentismo con una propuesta alternativa.

Como escribía el vicepresident Pere Aragonès en un artículo, los dirigentes de ERC no han tenido suficiente con hacer votar a la militancia una pregunta rocambolesca, digna de Duran i Lleida. Con el apoyo del grupo Godó, también pretenden someter a votación de los catalanes los acuerdos de las negociaciones que lideren con Pedro Sánchez. El delirio es tan grande que Marc Álvaro comparaba ayer en su artículo el prestigio de Junqueras con el Tarradellas el 1977.

Miquel Iceta, Fernández Teixidor y el expresidente de Societat Civil Catalana, cada uno desde su barca, reman en la misma dirección. El domingo, Iceta declaraba en una entrevista a ElDiario.es: “Yo vivo en Catalunya, necesito más autogobierno, una mejor financiación, más reconocimiento y más peso". El dirigente socialista, que vivió el final penoso de Zapatero, de Maragall y de Montilla, todavía suplicaba, después de defender la conllenvancia orteguiana de los años treinta: “Catalunya necesita ganar algún partido”. 

Con este clima, es normal que Cebrián le recuerde a Sánchez que España no tiene solo una crisis de gobierno, sino una crisis de Estado como una casa, en un marco internacional cada vez más convulso. Un gobierno del PSOE con el apoyo de ERC y de Podemos no tendrá margen para aportar nada a la situación que no sea un aumento de la frustración. Solo hay que leer El País y el ABC para ver lo fácil que será amasar el terreno para volver a dividir España entre fascistas y rojo-separatistas. 

Con la crisis económica a la esquina y el conflicto nacional sin resolver, o resuelto bajo premisas falsas, los herederos de Franco tendrán el viento de la historia a favor para hacer lo que han hecho siempre. Ni ERC tendrá nunca la venganza sobre CiU que anhela, ni la tendrá el PSOE sobre el PP. Renunciando a la verdad sobre el conflicto catalán, las izquierdas han perdido la batalla del discurso y del lenguaje, y cuanto más insistente sea su fuga hacia adelante, más estrepitoso será su fracaso.