Reconozco que da cierto miedo que todo el mundo se vaya apretando en el mismo metro cuadrado y que este metro cuadrado sea, precisamente, el que yo había previsto ajardinar para pasar los años de desierto que, si todo va bien, nos esperan. El estercolero crece, los zombis tienen la carne putrefacta pero solo comen carne fresca. No hablo tan solo del Patreon que se ha hecho Bernat Dedéu, ni de los artículos octubristas que Jordi Cabré publica en el diario Ara, ni tampoco de la necesidad que Salvador Sostres tiene de escribir sobre mi casa como si fuera un paparazzi encima de una vespino. Todo esto son pequeños pretextos que nos ayudarán a crecer y a hacer la jaula más incómoda.

Hablo del gobierno español, que se hace pasar por víctima de sus servicios secretos para tapar el victimismo de los políticos catalanes, que a su vez miran de explotar el victimismo de los electores, que hace años que también intentan pasar por víctimas, no fuera caso que alguien los tildara de nazis o de machistas. Cuando Enric Juliana insiste que viene un gobierno de concentración para impedir que España sea gobernada por la banda del Rolex pienso: pero qué reloj llevan el Rey y el conde de Godó, ¿es que van a Suiza a comprar Swatchs de colorines? Cuando Marc-Álvaro escribe que ERC se ha quedado sin margen, me pregunto: y a los veteranos de la CatDem qué tal les va, porque Junqueras los tiene exactamente dónde quería, entre Sandro Rosell y los poemas visuales de Puigdemont, pasando por el nacionalismo estridente de Santiago Espot.

Las lecciones de hace un siglo nos enseñan que entre el estercolero y el desierto siempre vale mucho más elegir desierto. En el desierto hay momentos de una belleza genuina y aunque sea con dificultades, se puede construir algo

Todo es cuestión de niveles, pero todos estamos dentro de la misma jaula, por desgracia. Los americanos resistirán hasta el último ucraniano, y los patriotas de Vichy defenderán Catalunya hasta pervertir el último hijo de sus votantes y hasta robarnos la última peseta de nuestro bolsillo, si se lo permitimos. La confusión será salvaje, mucho más bestia que cuando el PP o Vicent Sanchis se envolvían con la señera. El futuro del catalán se volverá a mezclar con el peligro de una guerra nuclear, que ya se empieza a utilizar de excusa para impulsar políticas autoritarias. Todos los náufragos del mundo intentarán subirse a las barcas de los demás porque el mundo vive un momento de transición y porque, como ya escribí, nuestras instituciones parecen el Atlántico norte en la noche fría y estrellada del Titanic.

Solo hay que mirar esa cara de Quim Torra que hace el presidente Biden para entender bien qué pasa en Catalunya. Todos los aspectos de la vida se pueden reducir a un solo objetivo, que es mantener la esperanza, y ahora mismo la esperanza va escasa en todo Occidente. A pesar de que la esperanza no se puede robar, cuando la gente está desesperada la busca en la fuerza cruda del dinero y en la magia que tienen las ilusiones y los éxitos de los otros. Es importante recordar esto, y pensar cómo acabó la Catalunya de los años treinta. Ahora nadie recuerda que La Humanitat, el famoso diario del president mártir, era un diario financiado por Coll i Llach, un antiguo riquillo de Unión Monárquica que se hizo catalanista y de izquierdas con el advenimiento de la República.

¿Os suena? ERC era un frankenstein de lerrouxistas y federalistas reciclados que absorbieron tarde y mal el patriotismo que habían esparcido otros. Si a Companys y a sus amigos les hubiera quedado algún motivo real y genuino para vivir, si no hubieran sido una generación trinchada por la represión española y por las guerras fratricidas, no habrían llevado el país a la hecatombe. Así mismo, si los chicos de Estat Català hubieran tenido paciencia y un poco de estudios, si no se hubieran dejado arrastrar por el sentimentalismo y por la prisa, la historia no nos habría caído encima con tanta violencia. Las lecciones de hace un siglo nos enseñan que entre el estercolero y el desierto siempre vale mucho más elegir desierto. En el desierto hay momentos de una belleza genuina y aunque sea con dificultades, se puede construir algo. Los judíos, por ejemplo, lo hicieron ―a pesar de que primero tuvieron que aprender que, para cortar los nudos gordianos, las acciones tienen que ser limpias.