Cuando escribí que Quim Torra era el sepulturero convergente, en el perfil de ahora hace dos años, no pensaba que la metáfora llegaría tan lejos. Y no lo digo solo por la responsabilidad que los partidos de la Generalitat tienen en la carnicería que el bichito amarillo de Wuhan ha hecho en nuestra casa. 

A medida que pase el tiempo, se verá que España no se habría convertido en la pastelería de la Covid-19 sin las manifestaciones que Madrid y Barcelona alimentaron para tapar las radiaciones del 1 de octubre. Si el PSOE autorizó concentraciones feministas y de ultraderecha cuando ya conocía el grado infeccioso del bicho amarillo, el régimen de Vichy montó un gran banquete para el virus en Perpinyà.

Más allá de los muertos absurdos que se podían haber ahorrado, no es una casualidad que el gobierno de Torra suba los impuestos de las herencias a la vez que sube los sueldos de los expresidents de la Generalitat. El estado español se está organizando al estilo chino con la complicidad directa de Quim Torra y de los chicos del Club Churchill —el famoso estado mayor del 1 de octubre que Mònica Terribas decía que no existía y que los jueces no han tocado—.   

Los discursos políticos que ha generado el estado de alarma indican bastante claramente que la nueva España de las autonomías está pensada para parar los golpes a Madrid y alimentar una corte de mandarines fieles y genuflexos que eleven por contraste la monarquía y la Moncloa. Como ya dije cuando Andrea Levy e Inés Arrimadas se marcharon a Madrid, el unionismo ha hecho su trabajo en Catalunya. Ahora se trata que lo completen los violinistas del procés. 

El Estado ha empezado a comprar catalanes en todos los sectores, incluido algunos altamente cualificados que viven y trabajan en el extranjero. Como pasó el 1939, los catalanes con talento trabajarán para Madrid, mientras que las posiciones de ámbito provincial estarán ocupadas por las figuras más acomplejadas y pequeñas del país. Esto, que vale para el president Torra, que es un Montilla con barretina, también vale para la cultura y el periodismo.

En la crisis de Wuhan, el modelo chino ha funcionado perfectamente. Primero, los líderes locales intentaron tapar el problema para no dar problemas a Pekín. Cuando la situación salió de madre, Pekín cortó la cabeza de unos cuantos jefes, centralizó el mando y se colgó las medallas de la solución. En España ya está pasando con Pedro Sánchez; los discursos sentimentales y arbitrarios de Vox, Colau y Quim Torra cada vez le dan un poder más sólido y un prestigio más artificial. 

España va hacia un descalabro de proporciones históricas, como los que vivió en los siglos XVIII, XIX y XX. Lo mejor que pueden hacer los catalanes es apartarse de la política, procurar hacer dinero y cultivar la autodefensa, incluyendo las armas y las artes marciales. No sé cuántos años o cuántas generaciones pasarán, pero cuando España estalle, esta vez estaría bien que hubiera una masa critica de catalanes que tuviera los medios técnicos, económicos y culturales para sobrevivir a la debacle.

Esta vez hay que conseguir que los fanáticos se maten entre ellos