Hace un par de días que me divierto en los ratos libres con una biografía de Winston Churchill que acaba de salir. Apenas he leído cuatro capítulos, pero he podido sacarle una idea que me parece que sirve para explicar la vigencia indestructible del personaje y su fama un poco exótica. 

Como la mayoría de libros sobre Churchill, Walking with destiny seguramente no acaba de traspasar el mito. A pesar de que aporta datos nuevos y es la biografía más completa del millar que hasta ahora se han publicado, algunos críticos han reprochado al autor que no profundice en los “errores” que el político inglés cometió a lo largo de su vida. 

El libro de Andrews Roberts tiene un aire de narración clásica. Como habrían hecho Tucídides, Plutarco o nuestro Ramon Muntaner, se limita a describir el hombre a través de la acción militar y política. En vez de perderse en disquisiciones de cariz cultural o psicológico, enlaza una anécdota tras otra de forma que la biografía se va cociendo a través de la misma vitalidad del personaje.  

A pesar de las películas que se le han dedicado, poca gente sabe que Churchill participó en una de las últimas cargas de la caballería británica. Al parecer fue una operación mal dirigida, que acabó con un tercio de su regimiento en el hospital o bajo tierra. Churchill se había lesionado en el brazo jugando al polo y cargó con la pistola en la mano, en vez del sable, cosa que lo ayudó a salir intacto.

Roberts cuenta que Churchill se había comprado un poni blanco especialmente para la campaña, a pesar de saber que ofrecería un objetivo fácil al enemigo. Con detalles como este, el libro ilustra las ganas que Churchill tenía de destacar y los riesgos que tomó para conseguirlo. Pero también dibuja una manera de estar en el mundo, lúdica y desenfadada, sin la cual el héroe de la biografía no habría dejado un legado tan inspirador.

No hay nada más absurdo que morir de un disparo, escribió Churchill en una de las crónicas que envió desde el frente. Las balas no distinguen el cerebro de un hombre inteligente de la cabeza de una mula, dejó escrito en otro artículo. Mientras Hitler crecía resentido por los fracasos personales y las derrotas militares de su país, Churchill salía reforzado de sus aventuras, tanto cuando le salían bien como cuando le salían mal.

Por las historias que recoge el libro, Churchill tuvo unos padres tontos, sufrió el sadismo de los maestros victorianos y conoció un ejército lleno de oficiales incompetentes. Nacido en un país que se dormía en un pasado brillante, tenía un nombre para explotar y una vida de comodidades para proteger. Habría podido llegar a viejo bebiendo whisky en los clubes de Londres o escribiendo libros de escritor torturado y pesimista.

Cuando Churchill llegó a la cumbre de la política era un hombre más vivido que el resto de contemporáneos suyos. Isaiah Berlin tiene un ensayo que explica cuál fue su gran aportación a la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial. El optimismo épico de Churchill, dice Berlin, despertó en el corazón de los británicos una confianza en el papel de su país que hacía tiempo que parecía muerta y enterrada.

No fue tanto la victoria contra los nazis como la esperanza con la cual Churchill supo vivir que han convertido su figura en un símbolo. En una Europa ablandada por ciudadanos que solo saben lamerse las heridas y viven obsesionados por no morirse, es normal que su recuerdo todavía deslumbre. El mismo título de la biografía sugiere que Churchill se forjó su propia suerte sin pedirle nada a cambio ni tampoco ponerle límites. 

Sus audacias en el campo de batalla me recuerdan que, en Catalunya, es fácil rodearse de gente que tiene poca esperanza en el futuro y que, justamente por este motivo, hace análisis superficiales de la realidad. Aquí, todo invita a evitar el fondo visceral de la existencia y las ganas de afirmarse sin miedo. Pero Churchill nos recuerda que con un espíritu muy trabajado y un poco de suerte todos nos podemos sobreponer a cualquier cosa y convertir la vida en una aventura legendaria, que ilumine el futuro de nuestro mundo.