La violencia en las calles de Barcelona ha sido una respuesta desesperada, pero lógica, a las comedias de Junqueras y el resto de políticos procesistas de estos últimos años. Las tanganas con la policía eran imprescindibles para que los catalanes pudieran volver a votar a ERC o JxCat, sin peligro de ser traicionados otra vez en las próximas elecciones. 

Los jóvenes de la capucha y la litrona tienen más intuición política que los analistas de La Vanguardia, cada día más corrompidos por el miedo de perder el trabajo o la ambición de vivir sin pegar golpe. La violencia ha puesto a las elecciones el toque de realidad que los catalanes necesitaban para liberar el voto de la propaganda de los diarios y de los pactos ocultos.

Los enfrentamientos con la policía han convertido a ERC y a JxCat en material de barricada para obstaculizar la hoja de ruta española. Aunque no sea bonito, los contenedores incendiados, los coches quemados, y los manifestantes hospitalizados y detenidos, han reducido muchísimo el margen de maniobra de los políticos procesistas para pactar de bajo mano con Madrid.

Los partidos de la Generalitat han condenado los disturbios porque se jugaban la credibilidad de sus acuerdos y los permisos penitenciarios de los presos políticos. Pero si el PSOE no quiso los votos de Rufián en la pasada legislatura, todavía los querrá menos ahora que el independentismo está manchado de policías nacionales heridos, contenedores quemados y civiles detenidos.

La aparición de la CUP en la política española es un intento de dar aire a ERC y a JxCat para que se reivindiquen como partidos de orden. Forma parte de la vieja estrategia de asociar el rupturismo con la extrema izquierda, para estigmatizarlo, pero el partido de Anna Gabriel hace tiempo que ha perdido el aura de partido excepcional y quemará más rápido que un trozo madera seca. 

Cómo leí en Twitter, que proporciona opiniones más sensatas y genuinas que los diarios, nos espera una época larguísima de degeneración y de estancamiento. El proceso de putrefacción de la España de la Transición será tan largo como el del franquismo y las bofetadas con la policía se convertirán en parte de la nueva cultura política del país. 

En los años treinta, Francesc Pujols escribió que Cambó había intentado domesticar España cogiéndola por los cuernos como si fuera un toro y que España se había defendido con las patas, pegando coces a diestro y siniestro. Al régimen del 78 le ha pasado lo mismo con Catalunya. Sánchez ha intentado dominar el independentismo a través de sus políticos y sus votantes se han defendido como han podido.

Màrius Carol vaticinaba ayer, en un editorial, que “costará Dios y ayuda poner a Catalunya en su sitio”. Cuidado no sea que, a base de insistir en mezclar la democracia con el matonismo, no salgan políticos dispuestos a cortar las subvenciones millonarias que La Vanguardia recibe de la Generalitat. Mientras los votos de los catalanes no signifiquen nada, todo el mundo sufrirá, tarde o temprano, las consecuencias. 

Incluso los alemanes, que no sé si están muy tranquilos con los miramientos que el PSOE tiene con el franquismo.