El debate sobre el futuro de Europa que Enric Juliana y Jordi Graupera tuvieron ayer en Twitter me ha recordado hasta qué punto los mitos del antifascismo ya solo sirven para comprar a la gente más gris y más barata. En Catalunya, se nota a través de las maniobras culturales del régimen de Vichy y de las amenazas poco sutiles de las patums de la vieja escuela. En Europa, se ve a través de la emergencia reactiva de figuras pintorescas como por ejemplo Zemmour o Puigdemont.

Los discursos del antifascismo están tan degradados que cada vez habrá más gente que preferirá que le digan nazi o facha a que le digan que trabaja para el sistema. En Bruselas, creen que han encontrado la cuadratura del círculo y ahora intentan usar el antifascismo para construir una Europa democrática sin líderes y sin ideas. A medida que la política continental vaya convergiendo con el carisma invisible de Pere Aragonès, Zemmour ganará importancia y los equilibrios de Graupera irritarán cada vez más a Juliana.

El debate entre la vaca sagrada de La Vanguardia y el exlíder de Primàries tenía gracia sobre todo por las cosas que no se decían. Juliana parecía que quería insinuar que si Graupera no colabora con el sistema, o aprende callarse como si fuera Albert Rivera, volverán a acusarlo de fascista. Graupera parecía que tenía ganas de responder que él ya ha renunciado a hacer oposición política pero que no piensa renunciar también a fingir que tiene ideas propias. Todo ello me hizo pensar en los debates folclóricos que Jordi Basté promocionaba en Rac 1 sobre la independencia.

La democracia, a pesar de ser un guiñol lleno de títeres, necesita unos mínimos de comedia y parece que Graupera todavía se quiere y se valora demasiado, que diría Pilar Rahola. En Europa, todos los políticos excepto Boris Johnson han limado su carácter hasta el punto de eliminarlo, y no es de recibo que Graupera se crea más listo que un Macron o que un Pablo Iglesias. Graupera es el hijo díscolo de Jordi Pujol, una criatura que no quiere renunciar al privilegio de decir que el rey va desnudo para poder parecer más íntegro que los otros, mientras que Juliana es un domador del Ibex-35 que colecciona pieles de jóvenes promesas para no tener que jubilarse.

El antifascismo ha perdido tanto el respeto por la historia que prefiere gestionar partidos como VOX o caricaturas como Zemmour a tener que vivir en una Europa espiritual e ilustrada. La cuestión es romper a la gente para poder diluirla en una masa amorfa, aunque la masa salga con tics autoritarios, total ya se sabe que Francia es chovinista y que Catalunya es España. La cuestión es fingir que los mapas no tienen nada que ver con las banderas y que somos europeístas porque somos unos grandes demócratas, no porque necesitamos tapar el tema de Catalunya y el de las armillas amarillas.

En los momentos de disolución es importante mantener la cabeza fría y no destruir el futuro para intentar salvar un pasado que ya está muerto. Cuando una época agoniza, la gente que tiene pocas ideas es conquistada por la pena y prefiere dejarse arrastrar por la caída que hacer el esfuerzo de distanciarse de los ídolos que ya sabe condenados de entrada. El Juliana antifascista que sirve sangre fresca a la plutocracia y el Graupera que intenta ganar tiempo absurdamente para evitarse más problemas cada vez toparán más, porque el mundo de ayer cada vez será más estrecho y más precario.

Yo creo que es mejor vivir como si todo ya hubiera caído, y dejar que el sistema vaya devorándose a sí mismo de manera cada vez más aislada y más patética. Me parece que es más útil y más estimulante que el esfuerzo que siempre se tiene que hacer para intentar sobrevivir sirva a los protagonistas del mundo que vendrá mañana. Es cierto que, entonces, todos juntos probablemente estaremos en el agujero. Pero yo puedo vivir con la esperanza que, antes de ir al cielo, Graupera todavía estará a tiempo de hacer un buen corte de mangas a Juliana y a la corte de vieneses putrefactos.