Es fascinante ver cómo la historia se emperra en mantener las heridas del procés abiertas contra la voluntad de casi todo el mundo. Cuando pensábamos que el país no encontraría un espejo de sus fantasmas más despiadado que la pandemia, ha llegado la guerra de Ucrania. El bichillo amarillo de Wuhan escarneció el papel que el procesismo había querido dar a los abuelos y a las leyes. Ahora parece que Ucrania quiera escarnecer directamente las mentiras de los políticos. La manera en que Junqueras ha lanzado el belicismo ruso por la cabeza de Puigdemont es coherente con la manera en que los partidos se giraron contra los votantes después del 1 de octubre. No nos tiene que sorprender que los partidos que traicionaron a sus electores, se traicionen entre ellos, como los 40 ladrones de la cueva de Alí Babá. El que hecho que unos usen el militarismo ruso y los otros se aprovechen de la resistencia de los ucranianos son detalles folclóricos que no pueden despistarnos.

Por más que la propaganda explote el sentimentalismo de los vencidos, Ucrania es un espejo más exacto de la Catalunya invertebrada del siglo pasado que no del país que tenemos ahora. Zelenski es Lluís Companys, el último detritus de una clase dirigente decrépita, que ha perdido las oportunidades que la historia le había dado. Yo siempre estaré más cerca del presidente ucraniano que de Putin. Pero esto no quita que su liderazgo me parezca el último recurso de una sociedad que no ha sabido aprovechar la libertad que le cayó del cielo con el derrumbe de la URSS. Las guerras empiezan antes de que estallen, y no hay nadie que muera de gusto por la patria, si tiene al alcance una alternativa que le parezca decente. Si Ucrania hubiera dado políticos con la biografía de un Jordi Pujol, de un Heribert Barrera o de un Trias Fargas no creo que ahora fuera camino de convertirse en una Siria europea. Tenemos que recuperar el espíritu del pujolisme que odiaban los articulistas y los políticos que ahora lo reivindican; del Pujol que supo aprovechar la fuerza del país para institucionalizar un sentido del límite al margen de las modas y de los discursos arbitrarios.

Tenemos que mirar bien a Ucrania para recordar el pasado con respeto y atención. Tenemos que entender que no se puede traficar con todo, ni se puede pedir a la gente que se baje los pantalones hasta los tobillos por un afán inmoderado de concordia o de dinero. Cuando la clase dirigente de un país pierde el sentido del límite, la realidad se vuelve un agujero negro y la historia acaba pasando por encima de su pueblo de la manera más cruel.

Del pacifismo de Junqueras no puede salir nada porque no responde a ninguna idea del país que no pueda ser barrida por una amenaza, una moda o incluso una botella de champán. Tampoco creo en las gesticulaciones combativas de Clara Ponsatí, que quiere que estemos dispuestos a morir por el país cuando ella no estuvo ni dispuesta a dimitir cuando tenía que hacerlo. Catalunya se ha vuelto uno de los grandes burdeles de la globalización y el motivo de fondo es que no hemos estado a la altura de la libertad que el pujolismo nos dio hasta muy entrados en 90. La diferencia que separa a los catalanes de los ucranianos no es la valentía o el espíritu combativo, es que nosotros caemos de más arriba. La defensa de Mariúpol tiene más que ver con la desesperación que con el heroísmo, deberíamos tenerlo muy presente, esto. Ucrania nos dice más cosas de la Catalunya de 1714, o de la revolución de 1936, que del país que llegó hasta el 1 de octubre sin tirar un papel a tierra. Ya sé que cuando la historia se pone en marcha las líneas se vuelven finas. Pero da un poco de lástima ver a tanta gente intentando justificar sus renuncias a través de un país extranjero que no conoce.

Zelenski no tiene arreglo y nunca hará suficientes esfuerzos para redimir a su nación, igual que no los pudo hacer Companys, y Pujol que se quedó a medias. Tenemos que mirar bien a Ucrania para recordar el pasado con respeto y atención. Tenemos que entender que no se puede traficar con todo, ni se puede pedir a la gente que se baje los pantalones hasta los tobillos por un afán inmoderado de concordia o de dinero. Cuando la clase dirigente de un país pierde el sentido del límite, la realidad se vuelve un agujero negro y la historia acaba pasando por encima de su pueblo de la manera más cruel.

Alguna gente se piensa que tengo un Patreon y que hago tuits poco compasivos porque me he bebido los sesos. Lo que pasa es que hace años que sé que la verdad no necesita mártires y que el heroísmo siempre es una canción que los cínicos y los cobardes cantan a los muertos de aquellos que un buen día también encontraron un abanico anchísimo de motivos pragmáticos para dejar de hacer fuerza. Me sabe mal, pero en mi casa no podemos permitirnos que el relativismo de la CiU del siglo XXI, borre las cosas sólidas que construyó el primer Pujol.