Una de las pocas distracciones que me da la prensa del país, aparte de leer a Miquel Bonet, es observar como los periodistas y los políticos trabajan para tapar el agujero inmenso que el 1 de octubre hizo en la escenografía de la Transición. Hace siglos que España es un aristócrata arruinado que se pasea por las avenidas con la ropa agujereada, pero no sé si nunca lo había visto enseñando el culo de manera tan grotesca.

El bichito amarillo de Wuhan da, de momento, un poco de oxígeno a la farsa política. Viendo el esfuerzo que los diarios hacen para borrar la memoria de la gente, la carnicería sin parangón que la pandemia ha hecho en las residencias de ancianos resulta una casualidad incómoda. El rey Juan Carlos tuvo una guerra civil y cuarenta años de dictadura para sellar el olvido; en cambio, su hijo solo tiene un virus asiático para enterrar la memoria y los anhelos de la gente mayor, y reiniciar el sistema.

La prensa habla de racismo y de elecciones para no tener que fiscalizar las medidas sanitarias que se tomaron en el pico de la pandemia y, naturalmente, las que se toman ahora. La Vanguardia contaba ayer en un reportaje que “la infrafinanciación” de la sanidad se remonta a los orígenes de la autonomía. La nueva “sonrisa española” impide informar que la pandemia ha servido para acabar de recortar la sanidad a poblaciones como Berga, que hace 15 años tenía un hospital excelente.

El estado del bienestar se aleja mientras TV3 retransmite pesebres comunistas. En La VanguardiaFrancesc-Marc Álvaro, el autor de Per què hem guanyat, se lamenta del populismo del procés como si no recordáramos dónde estaba en 2015; Puigverd intenta hermanar a Joan Sales y Javier Cercas como si no hubiéramos leído nada. Los diarios se han vuelto tan endogámicos que Quim Monzó dejó de escribir sus columnas hace un mes y nadie se ha enterado, ni le ha dado ninguna importancia.

La retirada de Monzó, igual que la muerte de Manuel Cuyàs, de Pau Donés o Ruiz Zafón, anuncia el final de un mundo, el agotamiento de una comedia autonómica que ya no tiene remedio. Si no hay un rebrote del bichillo amarillo de Wuhan, nos acostumbraremos a ver a los periodistas y los políticos como un mundo aparte, como debía de pasar en la época de Franco y de la URSS. Si hay otra carnicería, puede pasar de todo, incluso que Primàries o cualquier otra solución desesperada acaben de hundir el país y, como en los años treinta, vuelvan a pagar justos por pecadores.