Si la aparición del bichito amarillo de Wuhan tiene algo de bueno es que ha vuelto carísima la charlatanería de los políticos. El hecho de que la pandemia acabara de estallar en España gracias a las manifestaciones feministas promovidas por los gobiernos de Barcelona y de Madrid tendría que servir de lección para explicar qué consecuencias ha tenido el circo de los últimos años. Ahora todo el mundo pagará el precio de haber intentado comprar soluciones baratas y populistas.

En 2014, los americanos todavía consiguieron controlar por los pelos una epidemia de ébola que se estendía como un fuego por el continente africano. Entonces, la política todavía parecía un oficio serio y los americanos todavía creían que tenían la misión de liderar el mundo y mejorarlo. En Catalunya, donde la historia tiende a coger una forma contrahecha, los partidos independentistas no sabían todavía hasta qué punto serían capaces de llevar su cinismo.

Seis años más tarde, un virus menos letal, aparecido en un lugar mucho menos selvático, amenaza los pilares de las formas de vida del mundo libre. El brote de ébola asustó tanto a los expertos que Estados Unidos llenó de dinero los programas para combatir y prevenir pandemias. En poco tiempo la dejadez ha sido tan grande, que ahora los ricos huyen de Nueva York y la ciudad más carismática de Occidente afronta desarmada la expansión del bichito de Wuhan, a pesar del tiempo que ha tenido para protegerse.

Los americanos comprobarán pronto que no puedes hacer grande y rico a tu país si no controlas el orden mundial. Las izquierdas españolas, que se lamentan de los recortes en la sanidad, después de haber utilizado los pobres, las mujeres y la ultraderecha para traicionar a Catalunya, lamentarán que Europa no haya dado más apoyo al ejército de los Estados Unidos. La carencia de liderazgo siempre lleva al caos y el caos siempre beneficia a los que tienen menos que perder, que no somos precisamente nosotros. 

Como pasó en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, los países occidentales no solo se han dormido en los laureles, sino que han sido conducidos al matadero por la frivolidad de sus propios líderes. Da igual si China ha mentido sobre la cantidad de muertes que le ha provocado la pandemia o si no advirtió claramente de su gravedad. Los rusos pusieron una cantidad de muertos increíble durante la primera mitad del siglo XX y dominaron medio mundo. 

Estados Unidos y Europa se han relajado y ahora el trabajo será recuperar el tiempo perdido, si es que todavía es posible. Lo peor de esta pandemia es que no será la última, según dicen los expertos, y si no es la última, las que vengan siempre podrán ser más mortíferas —para la salud y para la economía. Estados Unidos y Europa no pueden pretender liderar el mundo dando lecciones desde el sofá ni refugiarse en sus castillos respectivos y esperar que las murallas aguanten la presión de la historia. 

Si los Estados Unidos y Europa no hubieran perdido el tiempo el virus de Wuhan se habría quedado en China, como ya había pasado otras veces. Es peligroso que Pekín encuentre ventaja en esta situación porque si a Occidente le sacas la libertad de movimientos se lo sacas todo, mientras que si se la sacas a países como China o Rusia les haces un favor. Tendría que hacer pensar que los países europeos que han controlado mejor la situación sean los que tienen una clase política con unos valores más fuertes y más tribales, es decir, menos corrompidos por los discursos bonistas de los últimos 30 años.