De entre mis corresponsales más jóvenes, tengo a uno alborotado por las hormonas y por los libros que, de vez en cuando, me manda fotografías de las chicas que se va encontrando por el mundo. Trabaja y estudia en la Gran Bretaña, pero ahora está de vacaciones en un país de Asia. En la última imagen que he recibido, aparece en una playa con una chica rubia y tierna como un bizcocho. 

La chica, que es danesa, lleva un biquini fucsia muy pequeño y tiene una cara de muñeca angelical pero trapacera, dotada de los huequitos canónicos de la simpatía y de la gracia. Ella anda por el agua salada como si fuera una ninfa bohemia, con una lata de cerveza abierta en la mano. Él va detrás de ella con los brazos levantados, haciendo el signo de la victoria y de la fiesta, mientras le mira el culo con interés. 

Los dos se ríen tan fuerte que no pueden evitar enseñar la pala de los dientes y las encías. Se nota que se contienen, que se aguantan las ganas de ponerse a follar allí mismo, sobre la arena y el palmo de agua. No sé quién sacó la instantánea. Le quería preguntar a mi corresponsal si fue la instructora de submarinismo, una sueca que salía vestida de neopreno en un mensaje que comenté en otro artículo.

La imagen me ha hecho gracia por la sonrisa que proyecta sobre el clima moderación conventual y de falsa civilización que se intenta imponer en Catalunya. La llegada del mal tiempo ha aumentado la beatería de los políticos, de la prensa y el resto de parásitos de la neoautonomía. Los discursos oficiales parecen salidos de un internado de monjas de aquellas que traían los estudiantes a ver a los niños del Cotolengo para enseñarles una idea oscura y reprimida de la vida. 

La naturalidad y la alegría han huido del mundo institucional, pero proliferan en las relaciones privadas fuera del control político. Mi madre hace unas descripciones del president Quim Torra que no creo que pudiera transcribir en este diario, como en épocas más optimistas. Conozco a dos empresarios que se afiliaron a la Crida y que ayer escarnecían el Consell de la República con un humor irreverente, de meada gargantuesca que salpica y hace vapor mientras cae en la cabeza de los sorboneses. 

Hace poco, casi nadie osaba cuestionar a Toni Soler, que justamente acaba de sacar un libro que se titula El tumor. El humorista se adapta bien a las modas y ya se veía que abrazaría el clima de contrarreforma, que mira de domesticar las pulsiones de libertad del independentismo a base de dramatizar a los tullidos y las calaveras. El libro habla de la muerte de su padre, pero mi padre también se murió de cáncer y si escribiera un libro sobre él y lo titulara El tumor, mi madre me pegaría una nata.

Bajo la costra deprimente que mantienen los políticos y los articulistas bien pagados, se va creando un músculo vitalista que hasta ahora yo sólo había visto en las revistas satíricas de antes de la guerra. Joan Ferraté escribió que los escritores de este país se desentienden de la verdad cuando pasan de los 40 años, pero él mismo prefirió tener una corte de chulines, antes que arriesgarse a explicar qué relación tiene este fenómeno con la historia de España.

Cuando los países eran continentes estancos los inconformistas que ponían el dedo en la llaga enseguida podían ser aislados y desacreditados en público. Ahora la inteligencia se puede organizar en redes de intercambio muy fluidas y las debilidades de los unos se pueden compensar más fácilmente con las virtudes de los otros. El sentimiento de culpa no es tan fácil de socializar, el Estado tiene más problemas para controlar la sociedad y los círculos de amigos y necesita enfatizar la moralina.

La Catalunya de Vichy se hundirá por el mismo motivo que el comunismo se hundió en los países de la Europa del Este: sencillamente porque sus dirigentes tienen cara de follar y de vivir menos intensamente que sus vecinos. Descubrir la libertad de los otros despierta el sentido de la justicia en uno mismo y la noción de lo que es genuino, en contraste con aquello que, en cambio, es bisutería. Incluso las dictaduras necesita una alegría de vivir estética.

El hombre necesita aprender a través de ejemplos claros porque sólo la luz tiene capacidad para definir bien los límites de las sombras y cerrarlas en una forma concreta. El cielo está lleno de estrellas ―si se me permite la cursilería― para que los pioneros no se pierdan por la noche y puedan atravesar los mares y las montañas a oscuras. Los países extranjeros existen para que las sociedades no se devoren a ellas mismas, cuando quedan en manos de sus bandidos. 

Mi corresponsal y yo vivimos en una Catalunya mucho más grande y genuina que la que ofrecen las instituciones neoautonómicas. Es por eso que los políticos y los diarios de Vichy cada día se encuentran más en falso. Estancados en un imaginario gastado, de vendedor de enciclopedias en tiempos de internet, utilizan técnicas de manipulación que están obsoletas y sus fatuas dan risa, en vez de dar miedo, como pasaba en otros tiempos. 

Pronto veremos qué demonios quiere decir esto.