Cuando era adolescente tenía un amigo precoz y muy inteligente que aprovechaba las vacaciones de verano para encerrarse en casa. Saliendo de la piscina a veces íbamos a buscarlo. Nos poníamos bajo su ventana y como unos romeos gritábamos para que bajara. La mayoría de veces pasaba de nosotros o acabábamos en su habitación fumando y viendo películas de acción. Le llamábamos “mi casa, teléfono”, por la película de ET.

No sé cómo debe pasar el confinamiento, ahora que tiene familia. Mi obsesión por salir se terminó el día que empecé a vivir solo. El placer de llegar a casa y no encontrar a nadie me ayuda a vencer la pereza que a veces me da salir y socializarme. Cuando vi que pasaban los meses y que mi novia seguía yéndose de mi casa antes de que tuviera ganas de pensar una excusa para salir a buscar tabaco supe que la cosa iría bien. 

La mayoría de señoras tienen una obsesión para hacer actividades en grupo que va bien para cansar a los niños, pero los hombres estamos tranquilos solos en la cueva. El silencio y la contemplación son placeres de cariz masculino. Las mujeres no saben estarse quietas, si no es por disciplina. Siempre creen que hay algo urgente que hacer, siempre entran y salen y se encuentran con gente y cuando la actividad las esclaviza su feminismo se vuelve agrio.

Para matar el aburrimiento, las mujeres se compran animales o leen libros, mientras que los hombres tiran de su imaginación o se buscan una guerra. Cuando un hombre se compra un perro es porque alguna derrota le ha roto el corazón y necesita poner un poco de inocencia entre él y el mundo. La mujer, en cambio, tiende a buscar en los animales domésticos un complemento de sus relaciones que le dé trabajo y siga sin protestar su ritmo incombustible.

Todo esto viene al pelo porque el confinamiento desmentirá muchas ficciones ideológicas que han servido a Europa para negar la biología, que es la base de la diversidad, el genio y el individualismo. Una cosa que veo estos días es que la poca gente que encuentro por la calle tiene una luz acentuada, como si los rasgos naturales revivieran con el miedo y el aburrimiento. Mientras paseo me distrae ver como algunas personas salen disfrazadas de astronautas y otros apenas toman precauciones.

Yo no sé si nos volveremos más fuertes, porque las mismas situaciones que pueden resucitarte también pueden acabar contigo. Un experimento que quería hacer, cuando empezaba a escribir, era encerrarme en un convento y mirar de llevar un dietario. Si me aislara completamente del mundo, el primer día no pasaría nada, pero a medida que la soledad me conquistara, es posible que, dentro de mí, se produjeran luchas y tormentas épicas insospechadas, que de una manera u otra me transformarían.

Cuando la gente tiene miedo coge predisposición a obedecer. Europa tiene experiencia en manipular y pervertir sociedades formadas por ciudadanos aparentemente educados y cultos. Aun así, ahora la gente tiene mucho tiempo para pensar. Tantas horas muertas, para bien o para mal, no pasarán en balde. Cuando las personas tienen la ocasión de sentirse los pensamientos a veces se reconcilian con sus mierdas y convierten las limitaciones en fuentes mágicas de creación y de progreso. Otras, quedan tan horrorizadas que, para olvidar y sentirse de nuevo seguras, son capaces de aceptar cualquier monotonía e incluso de bajar contentas al infierno.