Me temo que Marina Porras se queda corta cuando denuncia los intentos de esterilización que Gabriel Ferrater ha sufrido a manos de la policía erudita y de su ejército de hormigas castradoras. Yo no he leído Pornografía, la novela de Witold Gombrowicz que Porras utilizaba el otro día de argumento para prevenir de las lecturas puritanas, seguramente subvencionadas, del poeta.

Es obvio que el pensamiento si no es erótico no es pensamiento, esto lo sabe cualquiera que haya hojeado los clásicos. Por otro lado, hoy en día incluso el lector catalán más tonto sabe qué carga política llevan los discursos pretendidamente objetivos o desapasionados. En China también hablan de “neutralidad”, cuando reprimen a los manifestantes de Hong Kong, y en Hungría, cuando el gobierno compra o destruye medios de comunicación.

Descubrí a Gombrowicz antes que a Ferrater, en una comida en el Gresca con Àlex Susanna, al poco de publicar el libro de Josep Pla. “La manera como miras Catalunya me ha hecho pensar en sus dietarios”, me dijo el editor, mientras me estudiaba y calculaba mis posibilidades de sobrevivir. Descontando a Pla, Gombrowicz es el escritor que me ha protegido más de las trampas de la ocupación, y el que me ha ayudado a comprender mejor sus consecuencias.

No me extraña que Ferrater se interesara por su obra y que le tradujera un libro, ni que fuera al castellano. El poeta dimitió de un jurado literario despues de quedarse solo intentando darle un premio contra la voluntad de Vargas Llosa y de Josep Maria Castellet. El escritor peruano ha vivido siempre como un conquistador español y Castellet era un eunuco refugiado en la moda del marxismo. Los dos estaban demasiado satisfechos de sus complejos para encontrar interesante a un escritor tan despierto como Gombrowicz.

Ferrater tenía una cosa en común con el escritor polaco. Sabía que no se podía permitir el lujo de reducir su humanidad a la suerte de su nación pero tampoco cometer la pedantería de desentenderse de ella. A diferencia de Vargas Llosa y de Castellet, no se avergonzaba del país en el que había nacido. Gombrowicz arriesgó más que Ferrater. Fue más tenaz y más valiente y, quizás por eso, más penetrante que el poeta. Es lógico que sea más difícil de manipular y que sirva de escudo contra los intentos de colonización. 

“Desarrollo mi actividad literaria para sacar el hombre polaco de todas las realidades imitativas y confrontarlo directamente con el universo ―escribe Gombrowicz en su dietario―. Que se espabile como pueda. Quiero arruinarle la niñez”. La inmadurez de los polacos fue una de las grandes fuentes de inspiración del escritor. “Después de luchar contra Rusia y Alemania, habrá que librar otra guerra contra Polonia”, escribe en otro pasaje, para recordar que el enemigo interno es el último en caer.

Gombrowicz me enseñó que la última cosa que se consigue recuperar después de una catástrofe nacional ―igual que después de una catástrofe personal― es la libertad interior. Las banderas y los discursos, mira; lo más difícil después de una derrota es liberarse de los fantasmas que te impiden excitarte de una manera genuina y limpia, es decir, de volver a confiar en la intuición de tu picha. Como dice Gombrowicz, la creación se gesta en el impulso erótico, pero también es este impulso que lo envenena.

He aquí por qué el artículo de Porras me ha hecho pensar, no solo en el Ferrater poeta, sino también en su hermano académico y en la relación que se podría establecer entre sus vidas y sexualidades respectivas. Dos hombres de vasta cultura, condenados a vivir en un mundo reducidísimo a causa de la ocupación española. El hermano de Ferrater es un ejemplar sublime del vacío de una élite intelectual que se masturba en su jaula de oro con la inocencia que necesitaría para poder crecer y fertilizar el país. 

Hay un mensaje que no queremos escuchar en esta inteligencia catalana que se refugia en los aspectos técnicos y que, cuando no puede destilar el mundo con cuentagotas, malgasta su esencia esparciéndola entre los muslos de los adolescentes. Ojalá Marina Porras nos quiera hablar un día de ello, porque de la biografía que le han encargado a Jordi Amat dudo que podamos esperar nada que no sea una neutralidad china impecable.