Las épocas más delicadas, y también las más extrañas, son estas en las que necesitas descansar, pero una situación imprevista no te lo permite de ninguna forma. El espíritu se afina en los asedios que no solo no has podido elegir, sino que te han cogido por sorpresa, cuando parecía que la vida te invitaria a relajarte.

Igual que los músculos empiezan a trabajar cuando tienes el primer impulso de dejar las pesas en el suelo, la visión del mundo se enriquece cuando tienes que gestionar los recursos para llegar entero al final del día. El carácter se forja en la contradicción, pero se manifiesta cuando tienes las defensas bajas y debes funcionar con el depósito de reserva en una situación que pide precisión y coraje. 

Sería injusto que me quejara, porque cada etapa me ha llegado, más o menos, en su momento. He aprendido a sacar partido de las cosas grandes y de las más pequeñas y he tenido ocasiones para practicar tranquilo mis trucos de magia. No puedo decir que haya tenido sustos de estos que rompen a las personas al azar antes que tengan tiempo de aprender a protegerse.

Aun así, produce vértigo vivir agradecido en medio del desorden que produce la destrucción de los mundos que has querido y que te han hecho. Como no soy tonto, ya contaba que, más temprano que tarde, me tocaría despedirme de los amores que me enseñaron a vivir y a pensar sin perder del todo la esperanza. Lo que quizás no había calculado es esta prisa tragicómica que todos parecen haver cogido para marcharse a la vez. 

Ahora mismo mi vida es como el final de una gran fiesta de último curso. Las cosas parece que pasen en una burbuja de irrealidad y los recuerdos se mezclan con los restos de bocadillos, a veces con una sordidez un poco sádica. Supongo que un día yo también me sentiré parte del pasado, como un espantasuegras sin niño, como el culo de un vaso que ya no contribuye a hacer graciosa la conversación. 

Seguramente yo también soy historia para mucha gente. Pero me imagino el futuro y me gusta, a pesar de que tengo presente que nadie puede decir con seguridad qué hará de aquí unos meses o unos días, o unas horas. Contemplo mi pasado y me gustaría enmarcarlo, dejarlo envuelto con un lacito y estar más o menos seguro que sabré tratarlo con honor y gracia. 

En los finales de fiesta siempre hay pesados que no te acaban de dejar marchar, y gente simpática que vale la pena pero que te daría lo mismo no volver a ver. Estás tú, que me has pescado como quien no quiere la cosa, y tú, que insistes en marcharte a un lugar remoto, donde ni siquiera podré llegar en avión, arrastrada por una fuerza más grande que nosotros. 

Tú, mi cisne blanco, que me has protegido la retaguardia en cada una de mis guerras. Creía que te podría contar todavía mil historias por muchos años. Y de hecho, mientras las luces se apagan y veo salir los esperpentos del fondo de la noche, una parte de mi cuenta con ello, no se arruga, y se ve comentando contigo la última jugada.