Hace meses que cada vez que abro La Vanguardia, me asalta por sorpresa un escalofrío instintivo de alarma. Nunca falla. Cuando leo estos editoriales que publica el diario llenos de citas eruditas para impresionar pedantes, me viene a la cabeza la derrota de 1714 y el proceso agónico de fosilización que la precedió. 

Me pregunto si los señores que quieren gobernar el país se han hecho una idea del mundo que viene o si actúan por inercia, repitiendo esquemas agotados de manera zoológica. Esta vez no vamos a ver el milagro económico que siguió a la Guerra de Sucesión. Ni siquiera tendremos las oportunidades que los americanos dieron a los estraperlistas de Franco. 

Para decirlo de una forma que entre en la cabecita de los monaguillos de Vicens Vives, estamos más cerca del Compromiso de Caspe que de la Guerra de Sucesión. Tenemos muy cerca otra caída dramática de Constantinopla. No nos encontramos al inicio de un periodo expansivo y esplendoroso de la historia europea, como a principios del siglo XVIII.

La derrota de 1714, y las que vinieron después, encontraron una alternativa económica viable porque Catalunya era la cuna de una civilización en auge. Ahora, tanto da cuántas reverencias hagamos y qué maniobras emprendamos para degradar nuestra cultura, solo podremos chupar del chollo mundial en función del valor objetivo que aportemos.

Como pasó después del Compromiso de Caspe, las oportunidades que hemos perdido no son nada al lado de las cosas que pueden irse al carajo mientras las vamos dando por sentado

Catalunya empezó a perder fuerza en la misma época que China, a mediados del siglo XV. En el Compromiso de Caspe, las élites de Barcelona intercambiaron paz por soberanía para proteger los intereses comerciales. No calcularon suficientemente bien los cambios que venían y no se recuperaron de su apuesta, un poco como les pasó a los chinos cuando decidieron hundir la flota imperial para proteger a su burocracia.

Entre 1500 y 1913, la economía china cayó del 25 al 8 por ciento del PIB global. Catalunya también perdió hasta la camisa de manera progresiva, pero su Principado pudo mantener el cuello fuera del agua gracias a la energía comercial que le daba el imperialismo europeo. El epílogo norteamericano ha dado todas las frutas posibles y Nueva York ya no hará más el papel de París.

Igual que los chinos han aprendido de su historia, estaría bien que aquí también sacáramos conclusiones de las cosas que nos pasan. Todavía podemos caer mucho más bajo. Como pasó después del Compromiso de Caspe, las oportunidades que hemos perdido no son nada al lado de las cosas que pueden irse al carajo mientras las vamos dando por sentado. 

Esta vez las élites del país, y sus sacerdotes, no van a sacar nada de expulsar el renacimiento de Barcelona para dar pista a los castellanos. Nadie les va a pagar ya, por escarnecer a Bernat Metge. No espero que piensen en el bien de su pueblo, me conformo con que mantengan un instinto realista de supervivencia, o que sepamos encontrar la manera de dejar que se hundan solos, sin arrastrarnos.