La madrugada de Reyes tropecé con algunas cosas que pensaba que había perdido ya hace muchos años, en algún traslado o alguna operación limpieza de estas que emprendemos para hacer sitio a las obsesiones del momento. Buscaba una entrevista que le hice a Joan Perucho poco antes de su muerte, cuando apenas yo empezaba a escribir. 

Abriendo cajones encontré cintas de casete y vídeos VHS y pensé: “A ver si también encuentras la grabación de tu primer concierto”. Eran las dos de la madrugada y estaba convencido de que la búsqueda no me llevaría a ninguna parte. Lo había hecho otras veces, a menudo después de escuchar un solo de Van Halen que toqué en aquella actuación. El último recuerdo del vídeo se remontaba unos quince años atrás, cuando vivía en el Masnou. 

Me puse a remover los cajones del despacho y salieron, como ya preveía, cintas de videoclips de los años ochenta y noventa, películas antiguas y un par de CD’s piratas anteriores al auge de internet. También salió una cinta que compré en Berwick Street para escribir un libro sobre el futuro del erotismo que, gracias a Dios, quedó frustrado. En la tapa de plástico salía una señora negra, atlética y bonita, haciendo trabajos a dos camareros. 

La cinta me hizo viajar en el tiempo. Me vi perdido en medio de Chelsea buscando el hotel con una bolsa cargada de material pornográfico y una amiga que apareció de la nada, como la virgen María: “Enric, ¿qué haces en Londres?”. También recordé la flema del camarero que entró en la habitación con una agua mineral y se encontró a Sostres que salía de la ducha con el albornoz y el material de mi investigación esparcido por mi cama. 

Entonces, cuando ya daba el tiempo por perdido, encontré la cinta de vídeo del concierto. Espoleado por la sorpresa, abrí una maletita para guardar casetes del año de la nana e, increíblemente, apareció la cinta de un disco que grabé en un estudio del Montseny. La maqueta contiene dos canciones que estaba seguro que no volvería a escuchar más. Para mi disgusto, el grupo las excluyó del álbum cuando dejé la guitarra para estudiar periodismo.

Continué buscando cosas y encontré, en los mismos cajones, unas gafas de sol que también daba por perdidas y otro objeto que ahora no viene al pelo, en otra parte del piso. A veces el pasado nos persigue porque no le hemos sabido sacar suficiente partido; otras sencillamente desaparece de pura indiferencia. Lo que no se me había ocurrido nunca es que el hecho de buscar algo pudiera ser por sí mismo un acto de creación.

No sé cómo narices es posible que aparezcan cosas en rincones que habíamos registrado de manera minuciosa. Quizás hay veces que la emoción nos conecta tan intensamente con la imaginación que hace posible realidades que no existían. Quizás el engaño del hombre es pensar que existen realidades diferentes de su estado de conciencia. Quizás no hay tanta distancia como creemos, o incluso ninguna distancia en absoluto, entre el mundo de dentro y el mundo de fuera.  

Quizás la carta a los Reyes que cada año hacemos escribir a los niños lleva una lección que los adultos no escuchamos, ciegos de soberbia. Es obvio que la magia que la vida necesita para ser genuina queda más allá de las convenciones sociales y de los métodos científicos. Los ojos solo pueden ver lo que el corazón puede intuir y se ha preparado para recibir. Hay una verdad oculta de las cosas que solo se nos revela cuando ya no nos hace falta para nada.

Algunos años, las fiestas de Navidad nos inquietan porque nos recuerdan la volatilidad terrible de los buenos momentos y la terquedad con que los recuerdos nos hacen revivir hechos que no hemos digerido. Pero hay años que la Navidad nos sumerge en una placidez extraña, ideal para integrar etapas de la vida que quedaron abandonadas como una maleta llena en medio de la calle. 

El pasado necesita sus homenajes funerarios para descansar en paz. Pero la memoria también necesita vías de circulación anchas y limpias. Adquirimos la fuerza del pasado que conquistamos. En la unidad de las vivencias y los recuerdos está todo el mundo comprendido. Hace tiempo que ya no soy el chico que tocaba solos de guitarra electrizado por el rock y componía letras de canciones en castellano, pero todavía me veo a mí mismo en el latido y las intuiciones de su música y me parece una gran suerte.