En Menorca, el coast to coast se hace por la Kane's Road, un antiguo camino de carros que comunica Ciutadella y Maó. Es un trayecto de 44 kilómetros que no ha inspirado a tantos artistas como la Route 66, pero que también tiene su encanto. Antes, la carretera era famosa por el gobernador británico que la hizo construir, Sir Kane. Los años han hecho del camino d'en Kane una vía estrecha que atraviesa propiedades privadas de caciques enriquecidos por los españoles. Como se suele circular en fila india, puedes mirar el paisaje con tranquilidad. El paisaje es seco y polvoriento como la garganta de un moribundo y contrasta con las humedades de la costa menorquina. El contraste da un barniz de autenticidad indómita a la fama que Menorca tiene de reserva paradisíaca.

Hoy, he hecho Ciutadella−Binibeca. Me ha llevado un joven un poco sucio, con barba de Jesucristo y gafas de policía. Llevaba cuatro chicas de 19 años en el coche. Cuando he subido, las chicas y sus móviles se han metido atrás. Ambiente de safari juvenil: ventanas abiertas, música ruidosa, humo de pitillos y un buen rollo muy por encima de las incomodidades de la covid. El conductor bajó un día de Ribes de Freser hasta Barcelona en autostop y desde entonces siente que tiene una deuda con los autoestopistas. Hace unos días cogió a un rastafari que va de pueblo en pueblo vendiendo pomada para poder pagarse las vacaciones —que dices qué vacaciones—. La pomada es una bebida a base de ginebra y granizado de limón, tan dulce que parece pensada para emborrachar turistas.

Ayer, mi salvador recogió a un abuelo y a su nieto. Querían dar una sorpresa a la abuela, que trabaja en Ciutadella. La querían ir a esperar a la salida del trabajo y como el señor tenía el carné retirado por conducir borracho y habían perdido el último autobús de línea, cogió al niño y se pusieron a andar haciendo señales a los coches. No sé si he dicho que los menorquines tienen un aire budista y van por la isla como si fueran en zapatillas por el comedor de casa. Hacia las nueve de la noche, mi chofer se dio cuenta que llegaba tarde y dejó al abuelo y al niño en Es Mercadal, a medio camino entre Maó y Ciutadella. Tenía una mesa reservada en un restaurante que tiene una terraza con vistas a la carretera, y que está instalado en un antiguo molino. No sabemos si el abuelo y el nieto llegaron a tiempo de encontrar a la abuela o bien tuvieron que volver haciendo autostop hasta Maó.

—¿Pero coges a todo el mundo, indistintamente?
—Pse... Depende de cómo me pica —me ha dicho clavando los ojos al infinito.

Me ha parecido que reparte la generosidad por intuición, sobre todo cuando he sabido que es licenciado en Filosofía. Para explicármelo, ha sacado a la charla toda la obra de Platón. "El Fedón es un libro muy divertido. En la escena en que Sócrates se bebe la cicuta, sus amigos entran a la celda para despedirle y la mujer de Sócrates se queja: "¡Ay, Sócrates! Qué pena, es la última vez que ves a tus amigos; tanto que te gustaba". Y Sócrates responde: "Va, mujer, por qué no sales a pasear un rato".

—Yo tenía entendido que en el último momento la mujer se pone histérica y él dice: "Por favor, sacadla de la habitación: quisiera poder morir tranquilo". Pero quizás me he confundido con el suicidio de Séneca, que también tenía un límite y que también acabó dejando el cuerpo a los gusanos para no tener que bajarse los pantalones.

El filósofo ha mirado discretamente el retrovisor. Supongo que tenía miedo de que las chicas nos oyeran. Ahora son los hombres los que lloran por las esquinas y vigilan qué dicen en público. Por suerte, el orden estaba asegurado. Todo el viaje que las niñas hacían alboroto y de repente dormían como criaturas, apoyadas las unas en las otras con las mejillas encendidas de calor. La conversación se ha agotado y me he entretenido mirando por la ventana: vegetación baja, algún polígono, cultivos cogidos por los pelos, y vacas paciendo la tierra desagradecida. Ya es mala suerte ser vaca e ir a parar a Menorca, igual que ser concha y nacer en el istmo de Curlandia. No sé si el menorquín de interior es más duro que el de costa, pero me parece que si el mar no estuviera cerca, en estas tierras tendrían una tasa escandinava de suicidios.

Y con pensamientos tan profundos hemos pasado el rato; en algún tramo, haciendo cola detrás autobuses de línea, más nuevos que los greyhounds de las películas norteamericanas, pero igual de lentos. Cuando me cogía la prisa pensaba en Midnight Cowboy. En la ventana de algún autobús incluso me ha parecido ver apoyado el cuerpo sin vida de algún Dustin Hoffmann con la camisa floreada que miraba de volver a casa a tiempo, después de forzar demasiado las metáforas. Supongo que ya estábamos en la carretera general, que no es mucho mejor, pero que ha servido para dar al camino d'en Kane un aire místico, de ruta alternativa. A pesar de que los atascos típicos del verano te hacen sentir especialmente idiota, estos momentos me ayudaban a bajar la guardia. Mi chófer se creía que coger el volante consiste en apoyar en él un par de dedos de la mano derecha.

Solo un frívolo o un escogido tiene cojones de conducir con este desparpajo.