A la salida de un restaurante, ayer por la tarde, topamos con una mesa de conocidos que alargaban la hora de comer haciendo tertulia. En la mesa había un burócrata de la Unión Europea que, hace muchos años, había trabajado para un amigo mío. ¿Cómo tenemos el Brexit? ―para hacerle un cumplido―.  

Enseguida el hombre se levantó para saludarnos y con un dramatismo de obra shakespeariana afirmó que el Brexit es “el error más grande que Inglaterra ha cometido en sus últimos mil años de historia”. El viejo burócrata explicó que Nick Clegg se está quedando calvo de desesperación, que David Cameron todavía no se puede creer que haya perdido el referéndum y que Londres vive una tragedia griega.

Los países a veces se enfrentan a decisiones difíciles. Pero todo el mundo que haya vivido un poco sabe que una cosa es que una decisión sea complicada de tomar y que otra muy diferente es que sea catastrófica o errónea. Como pasa con las personas, la sabiduría y la fuerza de los pueblos se mide por su capacidad de vivir situaciones duras de resolver sin salir por la tangente.

Un amigo mío lo resumió así, cuando cortó al burócrata, para decirle: “Tú sabes tan bien como yo que a los ingleses no los hunde ni Dios, y menos la Unión Europea”. La discusión terminó aquí y el viejo burócrata se puso a hablar de Josep Pla y de la masía llena de libros que tiene en el Empordà. Nosotros nos marchamos comentando que estamos en manos de funcionarios que se podrían cargar a un país entero a base de tópicos publicados a la prensa.

Inglaterra ha vivido otras épocas de división política y siempre ha salido reforzada. La perspectiva histórica dice que los ingleses se están avanzando a las contradicciones sociales que, tarde o temprano, colapsarán España, Francia y Alemania. El Brexit es una reacción del espíritu democrático inglés contra el servilismo y los automatismos ciegos que las clases dirigentes europeas intentan imponer a la política. 

El Parlamento británico es un caos porque la democracia es un sistema lento y grosero, en el cual todo el mundo explota los puntos débiles del contrincante para ayudar a mejorar sus propuestas. Solo Catalunya ha dado hasta ahora alguna cosa similar al Brexit, dentro de Europa. Es una lástima que el 1 de octubre haya tenido gestores tan mediocres y una oposición tan troglodita. 

La democracia europea se ha vuelto anti-intuitiva y solo sabe ver problemas allá donde tendría que ver oportunidades. Los políticos establecidos han roto la relación artística que, en cualquier oficio decente, hay entre la intuición y la concreción material de las ideas. La inflamación de los populismos nace de la frustración que han generado los prejuicios intelectuales de una red de intereses cada vez más obtusa y cerrada en ella misma

La China gana terreno en Occidente porque, a diferencia de los países europeos, no va contra su propia historia. La solución que China encontró a su largo estancamiento fue abrazar el capitalismo. Europa solo podrá recuperar el dinamismo si mejora la calidad de su democracia. Esto, claro, solo se puede conseguir devolviendo la libertad a las naciones que quedaron sometidas por los estados nación surgidos del absolutismo y de la revolución francesa, que los ingleses han odiado siempre.

Tiene gracia que, al final, el Brexit defienda el espíritu más idealista de la Unión Europea, que en su origen fue concebida como una confederación de naciones libres, ligadas por la democracia. Como en 1714, la incapacidad de Barcelona para sacarse de encima a los españoles podría hacer que Londres acabara siendo el faro de las libertades del continente. Si Catalunya consiguiera la independencia, en cambio, ya veríais como Inglaterra volvería a la Unión Europea.