Hace semanas que La Vanguardia y El Periódico dedican todas las páginas que pueden a hacer creer a los votantes independentistas que Pedro Sánchez tiene pensado gobernar con el apoyo de ERC. A mí me gustará ver qué pasa, cuando los resultados de Vox se disparen y Ciudadanos se estampe contra su mediocridad de abusica que tiene que demostrar algo fuera del patio de la escuela. 

Es cuestión de tiempo que veamos a Albert Rivera y a Pablo Iglesias ofreciéndose al PSOE para ayudarlo a contener la ultraderecha en nombre de la democracia y de la unidad de España. O quizás veremos a Sánchez haciendo el mismo chantaje a los dos enanos del constitucionalismo, da lo mismo. El País ya llevaba ayer una entrevista con Francis Fukuyama que relacionaba la emergencia de Vox con la fuerza del independentismo.

Fukuyama coge siempre el rábano por las hojas y, a pesar de que no osaba criticar los anhelos de libertad de los catalanes, situaba su discurso en la tesitura que conviene más al PSOE. La nación catalana ha vuelto a dividir España en dos mitades, una que habla de democracia y otra que habla de reconquista. Sánchez sabe que solo sobrevivirá si sabe hacer la puta y la Ramoneta entre el autonomismo y el 155.

El otro día, Meritxell Batet ya dejó caer que el partido de Oriol Junqueras nunca ha sido de fiar en los momentos decisivos. Miquel Iceta va explicando lo mismo a todo el mundo que lo quiere oír. Después de una larga travesía por el desierto, los socialistas catalanes tienen muy presente que Soraya Sáenz de Santamaría ha tenido que retirarse de la política porque creyó en las promesas que le hacía Junqueras.

Por el mismo motivo que Sánchez ha podido resucitar el PSOE, ERC será sacrificada nuevamente en el altar de la sacrosanta unidad de España. En el sistema de la transición, el PSOE es el único partido que tiene fuerza simbólica para legitimar la monarquía y los vencedores de la Guerra Civil. Si Rajoy fue defenestrado porque la Corona no se podía permitir un gobierno sostenido por la policía, por qué demonios tendría el Estado que tolerar a ERC, y menos ahora que pide una ley de Amnistía.

Rivera hace el discurso de Abascal, pero ha cambiado tantas veces de camiseta que no le va a venir de una. En cuanto a Iglesias, ha cedido terreno a ERC porque sabe que, como antídoto contra la ultraderecha española, tiene más pedigrí que los chicos de Junqueras. Además, Sánchez necesita controlar el País Valencià antes no sea demasiado tarde y Podemos y Ciudadanos son los únicos partidos que pueden frenar la emergencia de un nuevo pancatalanismo. 

España va hacia un bloqueo estructural. Los políticos que ha comprado el Estado tienen capacidad para ganar tiempo pero no tienen instrumentos para resolver el problema de fondo, de lo contrario Fukuyama no se mantendría en la equidistancia. Los publirreportajes de TV3 para convencer a los catalanes que las elecciones españolas tienen algún interés que no sea el conflicto nacional, son cubos de agua para salvar un barco que naufraga. 

La Constitución de 1978 es como la Kodak o como Nokia o como la Sony cuando apareció el iPhone. Las grandes multinacionales del entretenimiento vieron venir las innovaciones de Apple pero no pudieron sobrevivir a la popularidad de sus productos porque no estaban preparadas desde el punto organizativo. El régimen de la transición se pensó para gestionar la muerte de Catalunya de forma democrática, no para afrontar la remontada del independentismo y del derecho a la autodeterminación.

Lo pensaba el otro día mientras veía por Youtube como Jordi Graupera barría a Ferran Mascarell y Miquel Puig en el debate de candidatos a la alcaldía de Barcelona que organizó la ANC. Como reconoció Xavier Bru de Sala en el Bar de Rick, la unidad de España es incompatible con una inteligencia catalana libre y creativa. La dejadez intelectual de Mascarell y Puig, el matonismo de ERC o los mítines infantiles de Elsa Artadi tienen toda la lógica en el mundo crepuscular de la autonomía de Vichy.

Lo único que se interpone entre Catalunya y su libertad es la inteligencia. Solo si todos los políticos catalanes se dejaran llevar por el pánico y renunciaran al derecho a la autodeterminación, la España constitucional podría volver a funcionar, pero esto pide tiempo y mucha propaganda. De momento, España solo puede aspirar a una guerra fría entre Barcelona y Madrid en la cual el referéndum del 1 de octubre cuelga sobre el rey como una piedra de tres toneladas.