Hay una relación entrañable entre las conversaciones que Artur Mas ha empezado a publicar en YouTube y los artículos que Xavier Bru de Sala ha escrito últimamente contra Puigdemont. Vichy necesita arrinconar al president exiliado para dar estabilidad a España, antes de que la economía se complique, y cada cual trabaja en la dirección del Führer con su mejor estilo.

Bru de Sala es un cínico refinado por la cultura y brilla sin tener que hacer muchos esfuerzos en este clima autoritario, de servilismo grosero y analfabeto. Mas, en cambio, es un cortesano sin cintura, un autómata lleno de buenas intenciones, inofensivo y presumido. En sus mejores momentos ya recordaba, ni que fuera por los chistes fáciles de la tele, aquel androide dorado de La guerra de las galaxias que se decía C-3PO.

Ahora la única virtud que le queda a Mas parece que es la capacidad de hacer el ridículo. En la primera conversación con Sergi Pàmies aparece sin corbata, con una barba de hombre triste que hace pensar en los pelos que llevaba Oriol Pujol el día que tuvo que dejar la política. Para un líder que se había salvado siempre por las formas, y que además las reivindicaba, la estética de estas conversaciones es una rendición total, una lección con dedicatoria a mis amigos convergentes.

Aunque haga de más y de menos, Bru de Sala se sostiene porque está arraigado en la historia de su familia y porque sigue su instinto. El articulista de El Periódico usa su gracia volteriana para intentar convertir a Puigdemont en la cabeza de turco del uno de octubre, pero tiene más cosas en común con el president exiliado de las que podría confesar en un artículo. De aquí que parezca el escritor más joven de Vichy y que esté más en forma que Salvador Sostres o que Bernat Dedéu.

Igual que Mas, Bru trabaja para convencer a la malla convergente que abandone la resistencia de Puigdemont, que es la única fuerza real que tiene el partido, y abrace el sueño tecnocrático de Giró

Igual que Mas, Bru mira de allanar el camino al conseller Giró, que es el mal menor del puente aéreo y de la España socialista. Igual que Mas, Bru trabaja para convencer a la malla convergente que abandone la resistencia de Puigdemont, que es la única fuerza real que tiene el partido, y abrace el sueño tecnocrático de Giró. La hegemonía de Junqueras necesita el escarnio de Puigdemont y es normal que los mandarines del régimen se encuentren con los políticos business friendly en la prensa española.

El problema es que Mas no ha superado la educación franquista y se cree todas las tonterías que dice para justificarse. Bru intenta sobrevivir, mientras que Mas intenta arrastrar a Puigdemont y a JxCat a su suerte, del mismo modo que arrastró CiU cuando el conde de Godó no sabía cómo parar la independencia. Desde el punto de vista político, es verdad que Puigdemont es un desastre. Pero desde el punto de vista personal, ha resultado más difícil de domesticar, y más imprevisible, que Jordi Graupera o que Dedéu.

Esta virtud ahora puede parecer muy pequeña, pero las cosas se complicarán y el mundo convergente no tiene nada mejor para navegar la tormenta que se acerca. Solo hay que fijarse en la barba de Mas para saber dónde llevan las pretensiones tecnocráticas del conseller Giró. Solo hay que leer a Bru de Sala ―o a Sostres, los días que escribe bien― para ver que Convergència no tiene nada mejor que Puigdemont, ni que sea porque despierta el conejo difícil de cazar que todos los catalanes llevamos dentro.

Vale más ser un fugitivo poco business friendly que hacerse el listo con el dominio del inglés para acabar copiando en catalán a los youtubers rancios y maoístas de Pablo Iglesias y de Gabriel Rufián.