Leyendo La Vanguardia, que es el mejor diario del mundo para entender las miserias del poder, no cuesta nada ver que el diálogo propugnado por Junqueras y Marta Pascal era la absorción de Bankia por La Caixa. Los chicos de la Estrella de Miró se cobran ahora su papel durante el procés. Si el diálogo de Torra y Puigdemont tiene una presentación más vitriólica es porque tiene que culminar con la liberación de los presos y el retorno de los exiliados.

Los españoles y sus títeres tratan el 1 de octubre como si fuera una repetición folclórica del 6 de octubre de 1934. Creen que podrán evitar el descalabro de 1936 gracias a la Unión Europea y a la inercia que dan 40 años de democracia. No tienen en cuenta que los políticos que declararon la independencia no son autores de su discurso, y que cada vez que las élites de Barcelona entran en los corrales económicos de Madrid el Estado se colapsa.

Si el voto independentista sube a pesar de sus representantes, es porque su motor no son los partidos, ni las vedettes de TV3. Por más que La Vanguardia insista en que fue un error que Puigdemont no convocara elecciones, todo el mundo sabe que la declaración de independencia fue una victoria de los votantes sobre los gobiernos de España y de la Generalitat. El hecho de que los impulsores reales del 1 de octubre no tengan voz en los medios públicos, no quiere decir que no tengan influencia. 

La independencia es un concepto más difícil de manipular que el catalanismo, por eso los diarios cada día tienen un tono más forzado y pintoresco. Con la ayuda del grupo Godó, Marc Álvaro y Pilar Rahola intentan recuperar el liderazgo de los tiempos del 9-N, pero se van disolviendo en el conjunto grotesco del régimen de Vichy. La pulsión autodestructiva que preocupa a Antoni Puigverd explica mejor los vicios del puente aéreo que el modo de actuar de los votantes que intentan sobrevivir a las chorradas de sus líderes.

A pesar de que Marc Álvaro no pueda entenderlo sin perder su trabajo, el votante catalán no cambió de mentalidad en 2012, sino en la época del tripartito, con el éxito de las consultas populares y el timo de Montilla, que hundió la épica étnica del PSC. España no puede ofrecer un proyecto seductor, como pide La Vanguardia, porque en el momento que se presente en Catalunya sin porras, el independentismo se disparará hasta el 65 por ciento. 

Como siempre, la unidad de España solo es posible en el oscurantismo y la desgracia. Un ejemplo es Jordi Amat, que empezó estudiando a Trias Fargas y ha acabado poniendo al enfermo de Alfons Quintà en el centro de su idea de Catalunya. Dentro del régimen de Vichy, todo será cada vez más morboso y contrahecho. El momento es ideal para poetisas con bigote, escritores ampurdaneses y un president como Quim Torra acostumbrado a desenterrar momias y a estafar yayas. 

Si los partidarios del referéndum bajan, pero el independentismo sube, es porque la mayoría de los catalanes debe de creer que el referéndum ya está hecho. El 1 de octubre colgará siempre como una espada de Damocles sobre los listos que se tomaron la autodeterminación a broma, de un bando y del otro. Pueden pasar años o décadas, pero todo el mundo pagará su frivolidad. Los presos políticos solo han sido los primeros de una larga procesión de caraduras.

Cuando los españoles se den cuenta de que los políticos procesistas siempre serán más útiles en la prisión que en la calle, volverá a empezar el baile, pero con nuevos protagonistas. Los catalanes se darán cuenta de que España es una sombra china proyectada en la pared, e incluso las elegías del pujolismo que Salvador Sostres escribe en ABC parecerán lo que en realidad querrían ser, un llamamiento a hacer una derecha catalana que se tome su país en serio y haga la independencia de una puta vez.