Las calenturas que la resistencia de Ucrania provoca en las facciones diversas de los partidos convergencia me recuerda a la alegría que había en la Generalitat cuando la policía empezó a repartir bofetadas entre los votantes del 1 de octubre. Ya expliqué el contraste de emociones que el éxito del referéndum provocó entre los chicos de presidencia y los chicos de Junqueras. El equipo de Puigdemont vio, en los porrazos, una oportunidad de mantener la hegemonía que creía perdida. Los dirigentes de ERC se dieron cuenta enseguida de que habían llevado la farsa demasiado lejos. Hay una continuidad entre el pacifismo histriónico de Junqueras, y los tuits que Eduard Voltas hizo al inicio del conflicto pidiendo que Estados Unidos entregara Ucrania a Rusia. 

Los republicanos han abrazado la figura atávica del gusano catalán que vendería a su madre para poder contar otro euro y no tener problemas. Los partidos de convergencia han quedado en una situación más irreal y complicada. El mundo de CiU siempre ha vivido del dinero y del amor de los demás: de aquí salió el procés y de aquí salen paracaidistas como Jaume Giró, precisamente. Pero la CiU de Jordi Pujol tenía un sentido del límite. El pensamiento de Pujol estaba más conectado con las virtudes del país y con los desastres de la historia que no con la burbuja del presupuesto público. Me cuesta mucho ver a los pujolistas de los buenos tiempos tirando de los civiles ucranianos muertos para hacerse los valientes en Twitter o Instagram. Como dice Abel Cutillas, si Ucrania fuera un país ficticio salido de un cuento de Borges, Mas y Puigdemont aún estarían más contentos.

Estos jóvenes y no tan jóvenes que se ponen cachondos con la resistencia de Ucrania, después de haber cedido todo el terreno en su casa, recuerdan más bien a la izquierda teatral y populista de antes de la guerra

La resistencia inesperada de Kyiv ha hecho tambalear las bases del pensamiento geopolítico de los Estados Unidos y da oportunidades nuevas al electoralismo. Francis Fukuyama ha publicado un artículo en el Foreign Affairs, por ejemplo, que es toda una reivindicación del nacionalismo cívico de Pujol. Ahora que Escocia y Catalunya parecen inofensivas, el padre de los cosmopolitas posmodernos reconoce que, dentro de Europa, la autodeterminación de países como el nuestro no supondría una amenaza para el orden liberal, sino más bien lo contrario, un enriquecimiento del debate interno sobre los límites y la naturaleza de los Estados Nación. El nacionalismo de Pujol, liderado por figuras competentes, tendría mucho que decir en un contexto como el que ha generado y generará la guerra de Ucrania. Por desgracia, del pragmatismo de Pujol, solo queda el derrotismo pillo de Junqueras.

El atlantismo pillo de los convergentes ya es toda otra cosa. Estos jóvenes y no tan jóvenes que se ponen cachondos con la resistencia de Ucrania, después de haber cedido todo el terreno en su casa, recuerdan más bien a la izquierda teatral y populista de antes de la guerra. Si volvieran a tener en sus manos la libertad de Catalunya, el remedio sería mucho peor que la enfermedad. Su frivolidad tiene un corte tan pornográfico que hace parecer buena incluso la mesa de diálogo de Junqueras, que no es más que una forma de ganar tiempo de la izquierda del país, mientras no sale una oposición nacionalista como dios manda.