Gabriel Rufián tiene razón en que las elecciones han cerrado un periodo de transición y que empieza otra época totalmente nueva. Los años que vienen no estarán marcados por el antifascismo, ni por la unidad independentista, ni por campañas feministas absurdas. Se acerca una guerra de exterminio lenta y cruel entre los catalanes que todavía defienden su lugar en la historia y los catalanes que solo luchan por un cargo o una posición de privilegio.

El régimen de Vichy se lo ha gastado todo en restaurantes y en casas de citas y ahora empezará a vender la piel de sus propios ciudadanos. Las tietes que no hayan muerto por la Covid o por los disgustos que les ha dado CiU en los últimos años serán perseguidas y humilladas con una crudeza que no veíamos desde hace décadas. Los viejos guardianes del procesismo no podrán traficar con las ilusiones del pueblo y arrancarán lacitos con rabia, como lo hacían los chicos de Ciudadanos hasta hace dos días. 

Como dice Junqueras desde la prisión: “Ha vuelto la normalidad”. Los unionistas que se piensen que la nueva normalidad favorecerá a sus intereses que se fijen bien en Carlos Carrizosa y en la banda de caraduras que se creyó que Madrid los trataría como si fueran españoles de primera porque hablan castellano. La evolución que ha hecho la prosa de Salvador Sostres los últimos meses nos dice que vienen tiempos áridos, muy difíciles para la lírica. España está como Rusia antes de Putin, solo queda la KGB.

Si el nihilismo de los políticos y las vedets de TV3 se esparce entre el pueblo, los bárbaros nos volverán a quemar las iglesias en nombre de un mundo mejor sin que nadie tenga ánimo de salir a protegerlas

En las tertulias, se hace evidente que la autonomía se ha convertido en una alianza de viejas glorias con pinta de viejos verdes y jóvenes pervertidos que se refugian en los números y el antifascismo. La democracia española ha mejorado mucho desde que Franco ganó aquel referéndum por más del 90 por ciento de los votos, pero no ha mejorado suficiente para enterrar el conflicto nacional con Catalunya. Volvemos a estar en Arenys de Munt con cuatro autocares llenos de cabezas rapadas haciendo el trabajo sucio de los políticos.

El tiempo no pasa en vano y notaremos la factura de los años que hemos perdido en los descalabros que vienen. El Estado va hacia el desastre porque el catalán medio ya solo podrá sacar energía personal de la destrucción de España. Esta idea puede parecer abstracta, todavía, pero a medida que la realidad nacional del país entre en contradicción con la política autonómica se verá el alcance de la desgracia que ha provocado el cinismo de la última década. 

España se ha buscado su suerte, y los amigos que intentarán extorsionarla con banderas cada día más harapientas. Catalunya lo tiene peor, pero viendo los resultados electorales parece que Dios haya tenido un gesto de piedad con ella. Los españoles han cometido el error de creer que pueden exprimir la teta catalana eternamente a base de llenar las instituciones de saltimbanquis. Los caraduras no son creativos y los próximos años veremos como aumenta el nivel de confusión a medida que Vichy agota los recursos.

El futuro de Catalunya se jugará cada vez más en el campo de la cultura y de la vida creativa. Si el nihilismo de los políticos y las vedets de TV3 se esparce entre el pueblo, los bárbaros nos volverán a quemar las iglesias en nombre de un mundo mejor sin que nadie tenga ánimo de salir a protegerlas. En cambio, si Catalunya sabe sacar fuerza de su historia, cuando España necesite a un Putin y pulse el botón del caos como en 1936, quizás habrá un colchón de patriotas para romper los puentes con la energía liberada por la lógica de la destrucción.