El Libertad Digital, que es un diario pintoresco, de columnistas que escriben mojando la plumilla en el carajillo, ha publicado dos artículos aparentemente contradictorios pero muy útiles para comprender cómo funciona la tramoya de la prensa y del debate político actual.

Uno, del inefable José García Domínguez, recogía unas declaraciones humorísticas de Jaume Sisa para concluir que Catalunya no será nunca independiente porque los catalanes no tenemos "ni media hostia". El otro, que firmaba Albert de Paco, denunciaba la presencia de Carles Sastre en la cumbre por el Referéndum, bajo el título: Retrato de familia con terrorista de fondo.

Aunque los dos votarían que sí en un Referéndum, ni Sastre ni Sisa tienen demasiadas cosas en común con el independentista estándar. Sisa es aquel cantante tan irónico y valiente que cuando se sintió ofendido por el pujolismo se marchó a Madrid a hacerse llamar Ricardo Solfa. En cuanto a Sastre, formó parte del llamado Ejército Popular Catalán, una organización militar antifranquista promovida por el historiador de la Universidad de Cambridge Josep Maria Batista y Roca.

Como la historia la escriben los vencedores, hasta cierto punto es natural que, en la ficha de la Wikipedia, Manuel Fraga o Martín Villa y otros ídolos del PP aparezcan como políticos, y que el secretario general de la intersindical CSC, Carles Sastre, aparezca como un asesino. Lo que resulta enternecedor es ver cómo la opinión pública española disfruta drogándose con el recuerdo de la violencia que, en otras épocas, marcó las relaciones entre Catalunya y España.

Entre los catalanes, el recuerdo de la violencia también tiene viciados a muchos líderes de opinión y buena parte de su público más cursi, aunque los síntomas de la adicción se expresan de manera opuesta. Dentro de unos años veremos que el 9-N, y las imputaciones que han venido después, son un intento de adaptar al imaginario democrático la cultura victimista que hizo posible la hegemonía de Jordi Pujol a la salida del franquismo, despues de 300 años de represión.

Si el recuerdo de la violencia produce en el vencedor una especie de euforia degenerativa y quijotesca, que le permite mantener a raya el vacío que queda después del saqueo, en la víctima tiende más bien a despertar una docilidad contrahecha, siempre disfrazada de moralismo y de sentido del deber, siempre rebosante de resentimiento y de autoodio. Cuando el recuerdo se vuelve insoportable, esta docilidad estalla en forma de DUI alocada o de estelada en el culo de Boadella, es decir, de fatalismo redentor.

A medida que se acerque el Referéndum las dosis de rabia que el sistema inyectará en el debate político para intentar revitalizar el recuerdo de la violencia serán cada vez más generosas. Bien alimentado, el trauma de la historia de España es un gran negocio para los guardianes de la unidad. Por una parte, contribuye a impedir que algunos políticos y opinadors actuen como personas libres, mientras que, de la otra, da excusas a todo el mundo para aferrarse a ideas y patrones de razonamiento de hace más de 50 años.

Sólo por el vocabulario que es capaz de inspirar, ya se ve que el Referéndum es la medicina que la joven democracia española necesita para curarse del tremendismo y del acné. Si el faro de El Mundo, Víctor de la Serna –tercera generación de periodistas enganchados a la teta madrileña-, calificaba al independentismo "de ilusión racista", este fin de semana Pedro J. volvió a pedir la suspensión de la autonomía en un artículo de presunta reflexión histórica: La gran crisis del 17

Como la mayoría de articulistas alarmistas de los diarios de papel que se han convertido en panfleto, Pedro J. pasaba por alto, entre otras cosas, que ni las masas pasan hambre, ni el analfabetismo es una lacra, ni los ejércitos europeos condicionan la economía como hace un siglo, ni Catalunya tiene el mismo peso dentro de España, ni las fronteras son tan importantes dentro de Occidente, ni el Estado tiene los mecanismos de represión que tenía cuándo no existía twitter, ni el dinero de los ricos está atado al territorio como lo estaba antes de la caída del Muro de Berlín.

El ogro español necesita despertar el recuerdo de la violencia para intentar evitar que el referéndum se celebre o que se celebre en condiciones. El drama es que ya no puede aplicar los métodos de siempre, y los articulistas del sistema cada vez recuerdan más a Lluís Llach haciendo el recuento de vejaciones sufridas por España pero al revés. Incluso la Neus Tomás de El Periódico, pobrecita, trataba de "cruzada" la campaña para la celebración del Referéndum en un artículo titulado Aviso: el lío catalán irá en más.

Igual que el cura de l'Hospitalet que ha celebrado una misa por los muertos de la Legión apelando a las mismas libertades que el independentismo, buena parte de la prensa ya se ha apuntado a la campaña a favor No. En su lugar, yo trataría de buscar argumentos más atractivos. Porque el alarmismo yonqui que gasta el unionismo para defender una Cataluña española a la larga resultará un truco tan patético y decepcionante como lo ha sido la Operación Diálogo.