La cabra siempre tira al monte. Oriol Junqueras se refería a ello veladamente desde Irlanda estos días para objetar aquello con tanto consenso de somos un solo pueblo. Lo hacía sutilmente, evocando los colores de la bandera irlandesa, una enseña ideada para superar las diferencias entre sus comunidades, integrando el naranja de los protestantes monárquicos y el verde de los republicanos católicos con el blanco de la paz.

Por eso es bien sorprendente la propuesta que Waterloo ha trasladado al PSOE estos días pretendiendo que se hablara de los catalanes como una 'minoría nacional'. Una tesis que no es exactamente nueva y que está en sintonía con la expresión más nacionalista del independentismo, que flirtea al mismo tiempo con la idea de dos comunidades en Catalunya.

Ahora, sin embargo, estaríamos en una piedra angular al reclamar que se etiquete a los catalanes como una 'minoría nacional' con derivadas y connotaciones que no solo entran en contradicción con la expresión somos un solo pueblo, sino que generan confusión porque aquello que se ha considerado tradicionalmente como minoría nacional, según la ONU, sería 'cualquier grupo nacional, étnico, religioso o lingüístico integrado por un número de personas menor en relación con el resto de la población'. Por ejemplo, la etnia gitana. Siempre que estas minorías no tienen per se reconocido el derecho a la autodeterminación.

Estaríamos en una piedra angular al reclamar que se etiquete a los catalanes como una 'minoría nacional' con derivadas y connotaciones que no solo entran en contradicción con la expresión somos un solo pueblo sino que generan confusión

La misma Constitución española ya habla específicamente de nacionalidades y es que nacionalidad venía a ser una especie de eufemismo para evitar hablar de nación. Y, al mismo tiempo, para subrayar una diferencia con el término región. Otra cuestión es que esta semántica queridamente diferenciada nunca haya sido implementada. Ni haya comportado ningún reconocimiento específico. Todo lo contrario, desde el primer momento, con la LOAPA, se intentó armonizar todas las comunidades. Y eludir el redactado constitucional. Por el contrario, el catalanismo mantiene que Catalunya es una nación. Otra cosa son las diferencias dentro de este catalanismo sobre qué estatus político debe tener esta nación.

La cuestión no es menor y también valdría para dejar en evidencia la diferencia sustancial con el inacabable conflicto que desangra Palestina. Dos pueblos en una misma lonja de territorio. Y un conflicto que no parece tener traba. A la masacre perpetrada por Hamás, responde ahora el estado de Israel con una masacre que de momento ya ha multiplicado por ocho la matanza del 7 de octubre.

'Los lugares santos sufrirán largos años de guerra, y la Paz no reinará antes de muchas generaciones'. Este fue el augurio del representante sirio en la ONU cuando se votó a favor de dividir Palestina en dos estados. Uno judío y uno árabe fruto de la resolución de noviembre de 1947 cuando la ONU adoptaba una solución salomónica y otorgaba al estado judío un mordisco más de territorio, aunque los árabes eran más.

Tal como había predicho el delegado sirio, las hostilidades empezaron acto seguido. Y cabe decir que prácticamente no se han detenido hasta la fecha. Eran dos estados para dos comunidades. En guerra permanente desde aquella fecha, disputándose un mismo territorio. Esta es una diferencia significativa respecto de lo que siempre ha predicado el catalanismo para Catalunya cuando ha defendido que somos un solo pueblo. La antítesis de lo que había defendido y verbalizado Aznar cuando amenazaba con dividir Catalunya en dos. O la sublimación de esta tesis con la Tabarnia de Ciudadanos que evocaba veladamente el conflicto en Yugoslavia —en particular en Bosnia— y la fragmentación comunitaria de su territorio.