El día de Sant Jordi en Catalunya es mucho más que el día de los enamorados. Es el día en que todos compramos rosas y libros. Las rosas son besos a distancia; los libros, fragmentos de vida. Compramos libros para todo el mundo, para quienes amamos y para nosotros. Mientras curioseo los puestos, encuentro libros impensables e inmediatamente pienso "este libro le gustaría a tal persona". Los libros me recuerdan gente que hace tiempo que no veo, lecturas ocultas en el tiempo que desempolvo del olvido. Libros clásicos, libros nuevos, libros ligeros, libros desgarradores... A veces, me pasa lo contrario, quiero comprar un libro para alguien y no sé exactamente cuál regalarle; dudo porque no acabo de encontrar el más adecuado... Regalar libros es un acto íntimo y no siempre acertamos. No penséis que comprarle un libro a la pareja es siempre fácil. Amar no quiere decir compartirlo todo. Sea porque la conocemos demasiado, sea porque la acabamos de conocer, no siempre acabamos de encontrar aquella historia que le hará de verdad ilusión.

En teoría, si existiera la pareja perfecta, eso no tendría que ser un problema. La idea más extendida es que la pareja perfecta encaja perfectamente con lo que somos, conoce nuestros gustos y costumbres –incluso aquellos más escondidos– y puede predecir nuestras respuestas. Como es perfecta, nos amará siempre, independientemente de nuestras debilidades y defectos, y nos soportará a pesar de nuestras virtudes (todos sabemos que hay virtudes que hacen la convivencia muy difícil). Mi abuela decía que "Cada puchero tiene su tapa", pero esta metáfora no implica que haya una pareja perfecta, solo propone que cada persona puede encontrar un compañero o compañera con quien se pueda entender. Pero nos lo podríamos plantear, ni que sea por interés científico. ¿Existe la pareja perfecta?

La científica protagonista del libro "The One" (ahora una serie) cree que, genéticamente, existe una persona en el mundo que es nuestra pareja perfecta, aquella persona de la cual nos enamoraremos sin poder decidir, sin remedio, sin límites y sin control. La historia es un thriller psicológico con varias tramas enlazadas, pero la cuestión de fondo es intrigante. Es evidente que los humanos seleccionemos a nuestra pareja, sea por los condicionamientos sociales o culturales, pero ¿existe el enamoramiento genético?

Hay trabajos de los años 90 que investigaban esta cuestión. Hay muchas especies que seleccionan sus parejas y no se cruzan de forma indiscriminada. La selección sexual (he escrito varios artículos sobre este temalleva a la competición entre machos (plumaje más vistoso, cornamenta más pesada y poderosa...) para que la hembra escoja entre los machos ganadores. Toda esta parafernalia de adorno está determinada genéticamente. Por lo tanto, se han seleccionado variantes genéticas que permiten a los machos desarrollar aproximaciones de cortejo más exitosas. Pero hay otras estrategias diferentes y más sutiles. Algunas especies de peces, reptiles, aves, y ratones escogen cruzarse con aquellas parejas que son más divergentes genéticamente. Eso comporta que se evite la consanguinidad y que la descendencia tenga mayores probabilidades de sobrevivir (como también he explicado en otro artículo). Trabajos de los años 90 concluyen que la selección natural ha llevado a fijar un comportamiento en estas especies, de forma que buscan cruzarse con parejas con las cuales no compartan antígenos de histocompatibilidadLos antígenos de histocompatibilidad son proteínas expuestas a las membranas de nuestras células que nos permiten reconocer si los tejidos son nuestros o de otro individuo. Son como el usuario y la clave de acceso. Si eres de los nuestros, compartes los mismos antígenos y si no lo eres, no los compartes. En este último caso, nuestro sistema inmunitario desencadena una respuesta de rechazo y destrucción del tejido intruso. Esta es la razón por la cual, cuándo se hacen trasplantes de órganos, se tiene que comprobar previamente si el donante es genéticamente compatible, es decir, si comparte las mismas variantes de los antígenos de histocompatibilidad, a fin de que no sea rechazado por la persona receptora. Los antígenos de histocompatibilidad también intervienen en la producción y percepción del olor corporal y, por lo tanto, estas especies "huelen" a las parejas para saber distinguir y escoger aquellas que son más diferentes genéticamente.

A partir de estos resultados, Wedekind intentó comprobar si los humanos también escogíamos la pareja genéticamente más diferente, al menos, con respecto a los antígenos de histocompatibilidad. Escogió a un grupo de chicos y chicas jóvenes de 18 a 25 años, estudiantes universitarios en Londres (en teoría, en edad de poder sentir más fuertemente esta atracción genética más "feromónica" y menos condicionada por otros factores sociales). Les hizo un test genético para los antígenos de histocompatibilidad y en paralelo, les hizo llevar y sudar una misma camiseta durante dos días, sin jabones ni perfumes, sin fumar ni comer condimentos de sabor intenso, para no condicionar el sudor y que fuera lo más similar posible al olor natural de la piel de cada uno de los participantes. Puso estas camisetas en cajas y a una cierta distancia unas de las otras para no mezclar olores. Entonces hizo entrar a las chicas de una en una, para que escogieran qué camiseta les parecía más atractiva, y lo mismo hizo con los chicos. El resultado fue que entre los chicos no encontró ninguna correlación genética, mientras que las chicas tendían a escoger las camisetas de los chicos con los cuales compartían menos variantes de los genes de histocompatibilidad, es decir, los más divergentes genéticamente, al menos, para estos genes, siempre y cuando no estuvieran tomando anticonceptivos. Hay que decir, sin embargo, que la muestra era muy pequeña y el conocimiento sobre el genoma humano, todavía muy escaso. Experimentos posteriores de otros grupos han encontrado resultados contrapuestos. Pero, además, cuando se han podido analizar muchos más genes con técnicas más exhaustivas, no se ha encontrado ninguna relación genética evidente. Y digo evidente, porque los humanos seleccionamos las parejas por su fenotipo (por su aspecto, carácter y otros atributos), que está determinado por los genes, pero también por el ambiente. La relación es compleja y se añaden condicionantes culturales y sociales, que intervienen, y mucho, en nuestras decisiones comportamentales.

No podemos simplificar en un único gen (o en unos pocos genes) nuestra selección de pareja, y todas las empresas que ofrecen buscar la pareja genética perfecta, surgen y… desaparecen. De momento, no les auguro ningún éxito. Actualmente, y de forma inversa, hay empresas que se ofrecen a descartar parejas potenciales con el fin de evitar tener hijos con enfermedades hereditarias graves. En esta especie de Tinder genético, no se nos muestran los contactos de las personas con las cuales compartimos mutaciones en genes que causan enfermedades genéticas. Hay que ver qué aceptación social tendrán, pero al menos, no ofrecen la pareja genética perfecta, ni tampoco aseguran el enamoramiento instantáneo. Por lo que sabemos, no existe el enamoramiento genético.