Se ha malversado frívolamente el concepto de independencia como aspiración política de Catalunya cuando los mismos abanderados, por ignorancia, inconsciencia e incompetencia, han contribuido a acentuar una dependencia energética que no solo hace inviable la soberanía, sino que perjudica los intereses de los ciudadanos.

Recordaba esta semana en La Vanguardia el colega Antonio Cerrillo, especialista de referencia, que "Catalunya ha confiado históricamente su prosperidad en un impulso pionero a la electricidad". Efectivamente, de aquellos pioneros tuvimos una revolución industrial, una estructura productiva moderna y un país puntero que cualquiera diría que ha caído ahora en manos de otra figura también muy catalana, como son los hereus escampa.

Como ha quedado patente esta semana en el Parlamento, en plena época de transición energética, todo el mundo se ha espabilado menos Catalunya, que lleva una década paralizada y se ha situado en la cola de Europa con respecto a proyectos de energías renovables. Los últimos años, cuando las alarmas, los objetivos y los compromisos a nivel internacional han estado sobre la mesa, en Catalunya no se ha hecho nada y la tendencia ha sido cada año a peor. La energía generada y consumida en Catalunya ha sido "más sucia, menos autóctona y menos renovable", según el informe del Observatorio de las Energías Renovables de Catalunya (OBERCat).

País sí que hay. Significativamente, la gente y las empresas se han espabilado por su cuenta, porque, a pesar de los obstáculos burocráticos, los proyectos de autoconsumo se han disparado. Con 600 millones de inversión privada, los particulares han hecho más en un año que en los veinte anteriores. Sin embargo, cuando se trata de proyectos de envergadura, las administraciones se convierten más en un obstáculo que en un incentivo, hasta el punto que los promotores lo dejan correr. "Desde el sector —señala el informe OBERcat— se observa un enfriamiento preocupante en el interés de los promotores por hacer proyectos en Catalunya, tanto por la incertidumbre económica y financiera, como por la percepción de la administración catalana como poco eficiente y resolutiva".

Es obvio que se han perdido los consensos básicos de país. Y todo deviene conflictivo. Allí donde surge una iniciativa de cualquier tipo, aparece inmediatamente una plataforma para reventarla, un partido para capitalizar electoralmente la protesta y, lo que es peor, una institución que esconde la cabeza bajo el ala

Simultáneamente, el Estado, las comunidades vecinas y las grandes corporaciones no se distraen y aprovechan la confusión catalana para llenar el vacío consolidando sus intereses políticos, estratégicos y económicos. La luz de Catalunya vendrá de los molinos de viento de Aragón, a través de líneas de muy alta tensión (MATE) fruto de la connivencia del Gobierno, la Diputación aragonesa y los inversores, por más que lloriqueen los grupos del Parlamento, sobre todo si el miedo a perder votos sigue bloqueando los proyectos autóctonos.

La cuestión es: ¿y por qué se ha perdido tanto tiempo? Inmediatamente, saldrán los de siempre a decir que toda la culpa la tiene el Procés. Y quizás sí que ha contribuido a la distracción. Sin embargo, el problema parece más profundo y no es solo político. La sociedad catalana no está tan dividida como algunos proclaman, pero es diversa y plural y se ha convertido en contradictoria consigo misma. Incluso la apuesta por el empobrecimiento tiene argumentos y defensores.

En Catalunya las centrales nucleares representan más de la mitad del consumo energético de los catalanes, negocio que hacen Endesa (italiana) e Iberdrola (Española). Y se ha decidido cerrarlas no más tarde de 2035. Eso hay que compensarlo con proyectos de energías renovables y nos encontramos con que los mismos que protestaban contra las nucleares, ahora tampoco quieren plantas fotovoltaicas, que, ciertamente, son más feas que los campos de sembrado. ¿Y parques eólicos? Todavía menos, que además de hacer daño a la vista, asustan a los pájaros y si lo hacen en Roses asustarán a los peces y enfadarán a los espíritus griegos y romanos de Empúries.

Obsérvese que allí donde surge una iniciativa de cualquier tipo, aparece inmediatamente una plataforma para reventarla, uno o más partidos para capitalizar electoralmente la protesta y una institución que esconde la cabeza bajo el ala. Sea la fórmula 1, la vuelta ciclista, los Juegos Olímpicos de invierno, el Hard Rock, el museo del Hermitage, la Copa América de Vela, la Ryder Cup de Golf, el Cuarto cinturón, la ampliación del aeropuerto, el tranvía de la Diagonal, las supermanzanas de Barcelona..."Hemos llegado a punto que en este país no se puede hacer nada", renegaba hace unos días el emprendedor que me inspiró este artículo.

Ciertamente, hay protestas razonables porque hay mucho buitre urbanístico disfrazado de ecologista, pero también aparecen a menudo plataformas que abanderan causas nobles con intenciones inconfesables y financiadas por quien nunca da la cara. Ahora hay quien dice que Rusia financió a los Verdes alemanes para que cerraran las nucleares y Alemania dependiera del gas ruso. Vete a saber. Se non é vero é ben trovato.

En varios momentos, Cataluña ha tenido grupos de sabios elaborando proyectos de país, cuando la Mancomunitat o el Congrés de Cultura Catalana. Ahora tenemos la Comisión para la elaboración del plan para la reactivación económica y protección social (CORECO) con los fondos Next Generation de donde han surgido iniciativas interesantes, pero no se ven objetivos principales compartidos ni el coraje necesario para llevarlos a cabo por parte de líderes reconocidos

Y claro está que siempre requiere menos esfuerzo bloquear una iniciativa sin alternativa que pensarla, hacer el proyecto y llevarlo adelante. Solo repasando la actualidad llegaremos a la conclusión de que el país se encuentra desorientado, dividido, desconcertado y, sobre todo, atascado. No hay acuerdo por la cuestión energética. ¿Y por el agua? Si la energía es importante, el agua es vital y las políticas contra la sequía han enfrentado partidos, municipios y Generalitat y cuando en Catalunya había un mínimo consenso, viene el Gobierno y amenaza con impugnaciones.

Uno de los dramas de las generaciones jóvenes es el acceso a la vivienda. Catalunya, como España, también está en la cola de Europa en promoción de vivienda asequible, de compra o de alquiler. No se ha hecho casi nada en una década, ni en tres, y tampoco ha habido consenso para hacerlo. Como máximo se han emprendido políticas propagandísticas y autoritarias, especialmente en la ciudad de Barcelona, que han tenido efectos disuasivos en los constructores y a la larga beneficios para inversores y especuladores.

Es obvio que se han perdido los consensos básicos de país. No sabemos qué país queremos. Y todo se vuelve conflictivo. Ahora mismo no está claro si los catalanes mayoritariamente quieren un aeropuerto competitivo o prefieren prescindir de él, por lo tanto, no se hace nada. Tampoco hay acuerdo en si Barcelona tiene que ser una capital competitiva en Europa que pivote las energías del país, o una ciudad pensada estrictamente para las comodidades de algunos de sus vecinos. Tenemos la sequía, el cambio climático, la dependencia energética, el déficit en infraestructuras, un sistema sanitario amenazado, un sistema educativo con más fracaso escolar que nunca y por descontado la defensa de la identidad y la lengua... Cualquier debate sobre estos temas se están gestionando políticamente de manera propagandista —cien euros en material escolar!— solo para sacar un rédito electoral inmediato y cuando hay controversia los grandes proyectos suelen quedar atascados.

En varios momentos, Catalunya ha tenido grupos de sabios elaborando proyectos de país, cuando la Mancomunidad o el Congreso de Cultura Catalana. Ahora tenemos la Comisión para la elaboración del plan para la reactivación económica y protección social (COPESO) y los fondos Next Generation de donde han surgido iniciativas interesantes, pero no se ven objetivos principales compartidos ni el coraje necesario para llevarlos a cabo por parte de líderes reconocidos.