Resulta muy entrañable ver como el procesismo se va transformando lentamente en un movimiento político para reformar el Código Penal español. En el fondo, Esquerra hace como siempre y copia de manera torpe las tomaduras de pelo convergentes: si Artur Mas nos tomó el pelo proclamando que la independencia se impondría en un juego de astucia contra el Estado (Catalunya podía llegar a convertirse en el ratoncito que sobrevive a las pezuñas de un elefante a base de fintar las zancadas), ahora Junqueras intenta una nueva falacia para convencer a la parroquia con la moto de que España se puede convertir en un estado de menor represión a base de pasar el rastrillo a las leyes enemigas y provocar así que los jueces tengan que sentenciar con mucha más tibiez. La engañifa de todo es fácilmente demostrable: cuando juegas a fijarte en la letra pequeña contra un funcionario, este te acaba ganando por goleada.

El problema, como ya avisé, no es la tipología del cambio de penas sino su espíritu intencional; las reformas que ha tramado Pedro Sánchez sólo tienen el propósito de hacer sobrevivir a los protagonistas del procés, que si algo han manifestado es su nula intención de materializar la secesión, con el objetivo de que se vayan devorando entre ellos y, de paso, presionar cualquier movilización popular bajo la amenaza de tildarla de desorden público. Que los españoles tienen un sentido creativo de la legalidad lo demuestra la misma sentencia contra los mártires del 2017, un texto curiosísimo en el que mi fiel lector Manuel Marchena definía el procés como una "ensoñación", pero condenando a sus protagonistas a penas nada despreciables. Primero fue el Tribunal Supremo y ahora es Pedro Sánchez quien ha entendido, contrariamente a M. Rajoy, que la mejor manera de asegurar la unidad de España es que Esquerra y Junts mantengan la primacía en el ámbito de un independentismo inofensivo.

Europa siempre verá como una anomalía que el antiguo president de la Generalitat pueda pasearse como un hombre libre por todo el mundo a excepción de España

Un hombre cínico e intuitivo como el presidente español sabe a ciencia cierta que no podrá tener la carpeta catalana sellada sin poder controlar el retorno de Carles Puigdemont a nuestro territorio. Lo certificó ayer mismo la ministra Calviño y es totalmente comprensible; Europa siempre verá como una anomalía que el antiguo president de la Generalitat pueda pasearse como un hombre libre por todo el mundo a excepción de España. Más que una genialidad negociadora de Esquerra, diría que los cambios en el delito de sedición tienen mucha más relación con cómo el Estado todavía no ha podido gestionar la anomalía política que encarna Puigdemont (y la humillación de que el Parlamento Europeo haya acogido como diputado al president 130 desoyendo las reservas de la judicatura española, vía Junta Electoral Central). De hecho, y para decirlo de forma muy clara, Sánchez sabe perfectamente que si encarcela a Puigdemont no podría seguir paseándose por el continente como un playboy encantado de conocerse.

A pesar de la pésima gestión que ha hecho de su aura política en el exterior, Puigdemont todavía tiene el poder de encarnar la poca fuerza que queda del 1-O. Es necesario que el president entienda que Pedro Sánchez quiere llevarlo de la oreja a España como Suárez hizo con Tarradellas para desactivarlo del todo como una antigualla y que Junqueras saliva con solo pensar en darle un abrazo de oso panda y, como hizo su maestro Jordi Pujol con el president exiliado por el franquismo, deshacerse de él y pagarle un pisito para que deje de tocar los cojones. Desgraciadamente, Puigdemont ha malgastado su capital político a base de hablar sólo con la gente que le calienta la oreja mientras llenaba Junts per Catalunya de friquis y lauristas de los que, como es perfectamente normal, ha acabado hasta el moño. Quizás sería hora, querido president, de ir buscándose compañías con una pizca más de musculatura política.

Puigdemont ha dicho que no busca un retorno pacificado a Catalunya para resolver su situación personal. La frase queda superbién en las entrevistas pero no quiere decir nada, porque el 130 no encarnará nunca a un sujeto, sino la pervivencia de una institución que España todavía no ha podido modelar del todo y que ni la mediocridad de Pere Aragonès ha transformado en una simple gestoría. No digo que el president tenga que inmolarse y retornar al país para que lo encarcelen (iniciando así la enésima carrera por el martirologio). Pero ahora que su retorno empieza a ser posible, sería un buen momento para que el president, después de todos sus errores, no cometa la jugarreta de volver para arrodillarse delante de propios y ajenos. Diría que todavía hay margen.