Para poner a prueba la realidad, hemos de verla en la cuerda floja”
Oscar Wilde

Hay escenas que no se borran nunca. Probablemente eran la cinco de una tarde soleada de invierno y con certeza el profesor de filosofía, jesuita —magnífico por cierto—, nos explicaba a su socrática manera tal vez el idealismo metafísico de Berkeley. En un momento dado, desde la mesa situada en el estrado —¡qué daño ha hecho bajar a los profesores de los estrados!— se dirigió a un alumno enredador, un poco obeso y muy poco metafísico, que revolucionaba el fondo del aula: “¡M. venga aquí!”, le increpó y puede que hasta le tirara una tiza. “¡Venga y, ya que debe tener muy claro lo que estoy diciendo, dígame si es posible demostrar la existencia de los cuerpos físicos! De esta mesa mía, por ejemplo…”. M. se dirigió como un torete hacia el frente de la clase y ante nuestros ojos perplejos empujó la mesa del profesor de un golpe certero y lo empotró contra la pared. Todos nos preguntábamos cuál iba a ser la reacción del profesor, pero el que contestó fue el filósofo: “M. así acaba de demostrarme usted que es un gran bruto, pero para nada ha demostrado que existan los cuerpos físicos”.

Me he acordado ahora que nuestro principal problema social es el del alejamiento de la realidad, el de su anulación. Los dirigentes políticos, los ostentadores de los poderes del Estado, han demostrado despreciar el realismo metafísico y el idealismo metafísico y ni siquiera se han abonado al escepticismo. Lo suyo es, desde hace algo más de una década, una especie de fenomenología de Husserl tras decidir que no les interesa si existe o no porque ellos van a construirla. Piensen en cuando nos metieron en la cabeza la noción del “relato” y encontrarán, más o menos, el origen de todo esto. Relato nos impulsa a pensar en una relación de hechos cuando, en verdad, están tomando la segunda acepción, la de cuento.

Este divorcio cognitivo es muy problemático. La realidad, de forma contumaz y tortuosa, se impone a las construcciones fabuladoras de los partidos y los líderes políticos. Por eso me ha parecido tan importante que en su toma de posesión como primer ministro, Rishi Sunak haya manifestado: “Uniré nuestro país no con palabras sino con hechos”. ¡Loado sea! “Colocaré la estabilidad y la confianza económica en el núcleo (…) Tendré que tomar decisiones difíciles”. No me digan que no es de agradecer después del histriónico oxoniense, que llegó al poder mintiendo descaradamente a sus conciudadanos sobre el Brexit y que sigue aferrado a su irrealidad, hasta el punto que ha intentado volver a gobernar. Liz Truss, que pasará a la historia como un meme de lechuga, tampoco quiso mirar la realidad y esta le ha devuelto la bofetada en siete semanas. Uno puede filosofar y abstraerse de lo objetivo y dudar, pero hasta Descartes sabía que le convenía más atenerse al hecho de que le buscaban y de que debía cambiar de domicilio constantemente si no quería ser apresado.

Los políticos ahora se empeñan en sublevarse contra la realidad y los pueblos, incomprensiblemente, los siguen. Evadirse de la realidad siempre ha sido muy socorrido pero evadirse de algo significa asumir su existencia. Uno puede soñar con cambiar o con evadir la realidad, pero no con soslayarla, con echarla a un lado

Los políticos ahora se empeñan en sublevarse contra la realidad y los pueblos, incomprensiblemente, los siguen. Piensen en cuántos relatos fantásticos han oído en los últimos tiempos. Pensemos en cuántas cosas nos han dicho que podían ser cuando, incluso en el momento de ser dichas, se sabía que no serían. Evadirse de la realidad siempre ha sido muy socorrido —la historia de las drogas lo deja claro— pero evadirse de algo significa asumir su existencia. Hay que ser tan bruto como M para no darse cuenta de que uno puede soñar con cambiar o con evadir la realidad, pero no con soslayarla, con echarla a un lado. El último delirio es legislar prescindiendo de la ciencia, la realidad o los hechos. Llevar al BOE no ya filosofías sino ficciones. Todo se ha vuelto loco. Los novelistas escriben autoficción, es decir, prescinden de la imaginación y nos cuentan su vida y el mundo de la televisión y el de las series hacen telerrealidad. Solo los dirigentes parecen empeñados en darle la espalda. Escuchen mi predicción, todos ellos recibirán una guantada por olvidar la esencia de su labor.

Recobrar la realidad es la única opción. Cuando observo las diferencias sobre la reforma del delito de sedición que exponen unos y otros, lo que me viene a la mente es la constancia de que el problema nunca fue el tipo penal objetivo, sino el hecho cierto de que los jueces reelaboraron la realidad para hacerla encajar en él, dado que esta era la única forma de llegar a un resultado preestablecido. Les hablaba antes del BOE, pero la irrealidad llegó a las sentencias mucho antes. Que la realidad no te estropee un buen titular, decían los cínicos de este oficio, y que la realidad no te estropee una condena ejemplar es otro ejemplo del cinismo de la época. Hay que cambiar el delito de secesión para paliar el desaguisado que se produjo al alterar la realidad para convertir en materia penal lo que objetivamente nunca lo fue. No duden en valorar ustedes mismos quién está prescindiendo de lo real. Es nuestro único salvavidas.

Los mercados han hecho de M. con la primera ministra que quiso inmolar a los británicos en sus delirios neoliberales. Las urnas tienen que convertirse en la prueba del nueve de muchas entelequias políticas y partidistas o será la realidad la que las derrumbe.

A mí me caía mejor el profe jesuita que M. pero les juro que tengo muchas ganas de ponerme a empotrar a muchos tras la mesa.

La realidad duele y lo sentirán.