Creo que fue Josep Cuní quien acuñó la expresión "estado de excepción informativo" en referencia al periodo de una campaña electoral. Como periodista de pura cepa, solo comprometido con la veracidad informativa, lleva la mochila llena de las piedras de los jefes de prensa, comisarios políticos y el resto de la fauna que se activa cuando se abre el mercado de los votos. Si la presión política ya es insostenible fuera de campaña (aunque hay tantas elecciones que los periodos "normales" también son excepcionales), se vuelve infernal cuando se ha disparado el pistoletazo de salida. Es imposible, cuando menos, en la precaria democracia española, donde la libertad de prensa está siempre tutelada por el poder político —que mueve los hilos económicos—, salir periodísticamente indemne de una campaña electoral. Aun así, nobleza obliga a aplaudir al periodismo que intenta hacer su trabajo driblando los múltiples obstáculos que imponen los partidos políticos, especialmente feroces si tienen el poder.

Miserias aparte, las elecciones son el escenario donde los partidos políticos se juegan realmente el pan y, en ese sentido, es un ejercicio obligado intentar saber cómo se mueven las piezas del tablero y qué opciones ganan o pierden favores. En estas municipales, en concreto, la partida es de alcance nacional, porque las grandes opciones pueden vivir movimientos sísmicos importantes que definirán los próximos años. Por un lado, el PSC necesita absorber una parte del naufragio de Ciudadanos, mantener los feudos de la conurbación de Barcelona y no perder comba en el resto del país, con el fin de consolidar su pretendido salto a la Generalitat. Y la pieza de Barcelona es fundamental porque un mal resultado de Collboni erosionaría el optimismo indisimulado del candidato Salvador Illa. Con qué ventajas salen los socialistas: primero, el rédito de haber condicionado permanentemente el gobierno de ERC, hasta el punto de gobernar en la sombra. Segundo, la bolsa de votantes de Ciudadanos, una parte de la cual se siente cómoda con el españolismo del socialismo actual. Y finalmente, la fractura del independentismo, que debilita a sus principales contrincantes. Pero tiene dos rémoras que no son menores: de un lado, la responsabilidad directa de los déficits estructurales en infraestructuras y la gran vergüenza de Rodalies; del otro, ser responsable directo del gobierno de Colau, lo cual intenta ahora blanquear, sin demasiado éxito.

Con respecto a ERC, está claro que esta contienda electoral medirá el alcance de aceptación del giro estratégico que ha protagonizado, y que lo ha alejado del independentismo. En consecuencia, necesita unos buenos resultados que no parecen previsibles, vistos los pecados que arrastra. Por una parte, la precariedad de alianzas con que gobierna, hasta el punto de acumular decenas de derrotas parlamentarias y de depender del abrazo del oso socialista; también, la notoria ineptitud que ha demostrado en el escándalo de las oposiciones, o la grave incapacidad en la gestión de la sequía, sin contar los conflictos con maestros y médicos; y por último, la incapacidad de conseguir nada solvente en sus pactos con Madrid, sumado al desgaste de la marca, vista la convicción de muchos independentistas que los republicanos han traicionado el espíritu del Primero de Octubre. Si se añade el más que probable derrumbe en la capital, con un candidato que puede quedar en cuarta posición, después de haber ganado las anteriores, es probable que estas elecciones no sean las mejores de su historia.

El otro gran jugador es Junts, que parte en muy buena posición en Barcelona, donde ha conseguido entrar a la pole position gracias al incombustible Trias, e, incluso, podría ganar. Al mismo tiempo, después de un trabajo minucioso —de corte y confección— en el territorio, también aspira a unos resultados importantes que le podrían dar la victoria en el tour de force con ERC. A favor suyo también tiene la ineficacia del gobierno de ERC en solitario, que revaloriza el papel de algunos de los consellers emblemáticos de Junts —Puigneró, Giró, Alsina— que tuvieron que dejar el Govern. Por otro lado, es evidente que Junts no sumará todos los restos que se producirán entre los votantes de Esquerra, y también es probable que sufra un cierto desgaste por el desencanto global del independentismo, quemado por el desaguisado. Al mismo tiempo, no tiene bien resuelto el encaje entre la voluntad firme de mantenerse en el objetivo independentista y, en paralelo, demostrar capacidad de gestión y vocación de gobierno. El ideal y la praxis, la radicalidad y la moderación, esta dualidad, que está perfectamente resuelta en otros partidos independentistas, como por ejemplo Scottish National Party, todavía se plantea como una doble alma en el caso de Junts. Y a pesar de todo, parece probable que Junts le gane la partida a ERC, tanto en Barcelona, como en el territorio, y si eso pasa, estas elecciones también marcarán las estrategias de ambos partidos en la contienda nacional.

Para completar el panorama, nada que decir del partido suflé Ciudadanos, que se irá definitivamente a pique, ni del PP, que mantendrá posiciones de nulidad a Catalunya, ni de la CUP, que ya ha sido útil para nada durante años, y parece que se le acaba el tiempo. Ni tampoco hace falta mentar a la purria de la extrema derecha, excepto expresar el asco que provoca. Por último, los Comuns también entrarían en este paquete de menudencias, vista la poca influencia en el territorio, que sigue empeorando, si no fuera por la resistencia de su lideresa en Barcelona, donde mantiene posiciones firmes. ¿Puede ganar? Parece inimaginable, con la contestación ciudadana que arrastra, pero la oposición a Colau es tan numerosa y está tan dividida, que todo es posible, incluso la catástrofe de una victoria. En ese caso, todo dependerá de la resistencia de Trias, el único que ha asegurado que no pactará con ella y el único que puede desalojarla del poder. Muy pronto lo veremos.