Llega el mes de junio y cada año reaparece un clásico de las tertulias en los medios de comunicación: criticar el calendario escolar y, en especial, las largas vacaciones de los maestros y profesores. Este curso, sin embargo, el debate se ha anticipado, porque desde mediados de marzo el coronavirus mantiene a los alumnos confinados en casa y eso alguien lo ha podido considerar como un inicio de veraneo. Un ejemplo paradigmático es el artículo de Ignasi Aragay, director adjunto del diario Ara, titulado "Ara també és l'hora dels mestres" (del 19 de abril). Supongo que ante la avalancha de críticas recibidas, al día siguiente entona un valiente mea culpa, diciendo: "Es evidente que no me expliqué bien... Rectifico: me equivoqué".

Pero a mí me parece que se explicó perfectamente y que no había ningún error en su artículo, porque leído con atención es una síntesis perfecta de lo que gran parte de la sociedad piensa que es la educación y de los prejuicios que rodean la profesión del maestro. La tesis del artículo es clara y directa (y lo cito casi literalmente porque los términos son importantes): de la misma manera que el personal sanitario y cuidador está demostrando una "capacidad de entrega excepcional", ahora es la hora de que los maestros demuestren la suya, "tiren del carro", se sacrifiquen y hagan renuncias "poniendo horas", se pongan al servicio de los niños, sin escatimar esfuerzos... porque ahora es la hora del compromiso vocacional de los buenos maestros, que son la mayoría". Si no fuera porque aspiramos a una escuela laica, más bien diría que el periodista suspira por una legión no de maestros, ¡sino de misioneras dispuestas a dar la vida por la causa! Y aquí está el primer prejuicio evidente: las virtudes que pide y elogia para los profesionales de la sanidad y de la educación son aquellas que el discurso patriarcal más rancio ha atribuido a la feminidad —maternal y entregada— y que al mismo tiempo ha servido para justificar todo tipo de discriminaciones, también laborales y salariales. Y si eso pasa desapercibido es porque se trata de colectivos profesionales muy feminizados (más del 70% que se dedica a ellos son mujeres), a las cuales se les "suponen" estas cualidades y no cuesta nada exigírselas. Pero las maestras y las médicos no quieren ir a misiones ni ser consideradas heroínas, sino, por encima de todo, profesionales altamente cualificadas, y tan bien pagadas como lo pueden ser los abogados, jueces, economistas, arquitectos, ingenieros, banqueros y administradores de empresas.

Sorprende que califique de estatus privilegiado el hecho de que alguien disponga de un trabajo estable y seguro, que sea pagado con dignidad y que disfrute de un descanso merecido. Y si no sorprende es porque se ha entrado de lleno en el prejuicio de la lógica neoliberal

El segundo prejuicio aparece inmediatamente cuando nuestro periodista apela a las instancias políticas para que les exijan que pongan estas virtudes en práctica y que este verano trabajen y renuncien al "privilegio" de tener dos meses de vacaciones, sobre todo los maestros de la pública, que tienen un "estatus" que les permite tener "trabajo asegurado, sueldos dignos y descansos generosos". Ahora no discutiré que el escenario sea como lo describe, porque la lista es muy larga: miles de sustitutos e interinos precarios, recortes de sueldo desde hace 15 años, cursos de verano pagados por el bolsillo del propio profesorado... Pero sí que sorprende que después de asistir impotentes a la precarización del trabajo que ha supuesto la anterior crisis económica y criticarla, califique de estatus privilegiado el hecho de que alguien disponga de un trabajo estable y seguro, que sea pagado con dignidad y que disfrute de un descanso merecido. Y si no sorprende es porque se ha entrado de lleno en el prejuicio de la lógica neoliberal que ha liquidado el valor del trabajo y del trabajador en pro del capital especulativo y de lo que el marxismo clásico decía la extracción de plusvalía. Y considerar que todas estas conquistas (que tendrían que ser la norma para todo el mundo) son una especie de privilegio, cuando hablamos de las mujeres es una muestra más de la falta de reconocimiento social que tiene su trabajo, o bien es mala fe, porque sabemos que décadas de luchas sindicales y feministas todavía están lejos de conseguir acabar con la discriminación laboral de género. Y me pregunto, y si hubiera un colectivo feminizado, como las sanitarias y las maestras, que lo ha evitado, ¿que quizás no tendríamos que estar satisfechos y tomarlas como un ejemplo a imitar?

Finalmente, de la educación todo el mundo tiene una opinión formada, aunque curiosamente quizás nunca haya pisado un aula, y todo el mundo sabe qué quiere decir enseñar y cómo se tendría que hacer (¡del mismo modo que sabe obviamente cuántos días de vacaciones tienen que tener los maestros!). Para poner un solo caso, nuestro periodista exige que los maestros proporcionen a los niños un verano "divertido y formativo", pero alguien le tendría que explicar que ni la escuela es un recreo, ni los maestros son monitores (cada profesional sabe hacer lo que le corresponde). Paradójicamente, los que tampoco parecen tener muy clara esta diferencia son nuestros gobiernos —el español y el catalán en eso sí que coinciden, como en el hecho de que tampoco han entrado mucho en las aulas— porque suman más de 30 años de reformas educativas erráticas y fallidas (LOGSE, LOE, LOMCE, LEC... y por desgracia no es ningún juego de palabras), de infradotación presupuestaria intencionada a la educación (y a la sanidad), y de posteriores recortes a raíz de la crisis del 2008 que han dejado la escuela pública en la casi indigencia y han condenado a los maestros a trabajar en condiciones de precariedad. Y es que, de hecho, nunca han creído en la necesidad de una educación universal de calidad, que no quiere decir formar al alumnado en "competencias y destrezas" que los harán mejores profesionales y más adaptables al cambiante mercado laboral. No nos engañemos, para los poderes ha sido siempre una herramienta política al servicio de las necesidades económicas. Y los únicos que durante estos años han creído que formaban ciudadanos han sido los maestros, que hacen su trabajo con muchas dosis de responsabilidad, y con tanta profesionalidad y sabiduría que a menudo aplican medidas de sentido común que las administraciones políticas son incapaces de promover.

Como ahora está pasando en plena pandemia, sin que nadie se dé cuenta de ello, lo valore o lo aplauda. Pero paciencia, maestros (aquella que pedía el airado Cicerón: "Quo usque tandem abutere patientia nostra"). Y mientras tanto, lo que sí que podemos hacer es seguir trabajando para los alumnos y dejar de leer a periodistas y diarios que dañan nuestra profesionalidad. Todavía más en tiempo de pandemia.